Tras su desembarco en Fréjus el 9 de octubre, Napoleón emprendió camino hacia París donde entró triunfalmente el día 16.
El día 18 de brumario del año VIII de la República (9 de noviembre de 1799) Napoleón Bonaparte, aprovechando la debilidad política del Directorio, dio un sorprendente golpe de Estado contando con el apoyo del pueblo y del ejército (fascinado por su talento demostrado en sus campañas) y de algunos políticos-ideólogos como Sieyès o Talleyrand. El momento era propicio, un Directorio desacreditado e incapaz de solucionar los problemas parecía fácil de derribar.
Ese día fue convocado con carácter de urgencia el Consejo de los Ancianos para tratar una presunta conspiración de los jacobinos contra el gobierno. El Consejo tomó el acuerdo de trasladar ambas Cámaras a Saint-Cloud por motivos de seguridad y nombrar a Napoleón Bonaparte jefe de la fuerza pública (una decisión que, legalmente, correspondía al Directorio). Así pues el Consejo de los Ancianos se mostró favorable a Napoleón. Al mismo tiempo dimitieron los directores Sieyés, Ducos y Barras.
Pero el Consejo de los Quinientos se mostraba hostil. Éste se presentó ante la cámara rodeado de sus generales y de un pelotón de granaderos. Los diputados protestaron porque no tenía derecho a entrar si no había sido requerido. Se escucharon gritos de “¡Fuera de la ley!”, “¡Abajo el dictador!” Fue necesaria la actuación de su hermano, Luciano Bonaparte, Presidente de los Quinientos, para que Napoleón no fuera declarado fuera de la ley.
Napoleón abucheado en Los Quinientos |
Napoleón fue llevado en volandas por sus granaderos.Ya fuera, arengó a sus tropas y logró convencerlas para que se pusieran de su parte. Una columna de soldados, mandados por Murat y Leclerc, acudiendo al llamamiento de Luciano Bonaparte, entraron a golpe de tambor en la sala de los Quinientos y los diputados se dispersaron, muchos saltaron por las ventanas.
Al día siguiente Napoleón, recurriendo a la coacción personal, consiguió que algunos miembros de los Ancianos decidieran confiar el gobierno a una "comisión consular ejecutiva" provisional compuesta por tres Cónsules: Sieyés, Ducós y Napoleón, éste con poder sobre los otros dos (arguyendo que se debía comenzar el mando por orden alfabético). Así surgió el Consulado que reemplazó al Directorio
Fouché, en sus Memorias, relata así el Golpe de Brumario:
El 19 Brumario La sesión se abrió en el Consejo de los
Quinientos, que presidía Luciano Bonaparte, con un discurso insidioso de Emile
Gaudin, orientado a hacer nombrar una Comisión encargada de presentar un
informe sobre la situación de la República. Emile Gaudin pedía además, en su
moción, que no se tomase ninguna determinación sin haber conocido el informe de
la comisión propuesta. Pero apenas Emile Gaudin había hecho su propuesta cuando
una espantosa tormenta agitó toda la sala. Los gritos de “¡Viva la Constitución! ¡No a la dictadura! ¡Abajo el dictador!” se extendieron por toda la sala. A propuesta de Delbrel, apoyado y animado por
Grandmaison, la Asamblea se levantó unánimemente al grito de “¡Viva la República!”, decidiendo
que debía renovarse individualmente el juramento de
fidelidad a la Constitución. Prestaron el juramento incluso los mismos que
habían ido con el proyecto previo de destruirla
La Sala de los Ancianos estaba casi tan agitada como la otra
[...] Bonaparte, enterado de esta doble tempestad, juzga llegado el momento de
entrar en escena. Atraviesa el salón de Marte y entra en el Consejo de
Ancianos. Allí, en un discurso verboso y entrecortado, declara que ya no existe
Gobierno y que la Constitución por sí sola no puede salvar a la República
[...]. Recobró la serenidad al oír los gritos de “¡Viva Bonaparte!”, y al ver
que tenía el asentimiento de la mayoría de los Ancianos, entonces salió con la esperanza de causar la
misma impresión en los Quinientos.
Acababa de decretarse un mensaje al Directorio. Se hacía la moción de
demandar a los Ancianos la comunicación de los motivos del traslado a
Saint-Cloud, cuando se recibió la noticia de la dimisión del director Barras
transmitido por el otro Consejo. Esta dimisión, ignorada hasta entonces, causó
un gran asombro en la Asamblea. Se la consideró como el resultado de una
profunda intriga. En el momento mismo en que se trataba la cuestión de saber si
la dimisión era legal y formal, llegó Bonaparte seguido de un pelotón de
granaderos. Con cuatro de ellos avanzó hacia el interior, dejando el resto en
la entrada de la sala.
Enardecido por la recepción del Consejo de Ancianos,
confiaba en dominar la fiebre republicana que agitaba a los Quinientos. Mas
apenas había penetrado en la sala, cuando la más grande agitación se apoderó de
los presentes. Todos los miembros, en pie, prorrumpieron en gritos por la
profunda impresión que les causaba la aparición de las bayonetas y del general
que entraba militarmente en el templo de la legislatura: “¡Violáis el santuario de las leyes, retiraos!”, le decían
muchos diputados; “¿Qué hacéis, temerario?”, le gritaba Bigonnet [...]
En vano Bonaparte, llegado a la tribuna, quiso balbucear
algunas frases. Desde todas partes oía
repetir los gritos de “¡Viva la Constitución! [...[ ¡Viva la
República!” Desde todos los lados se le apostrofaba: “¡Abajo Cromwell! ¡Abajo
el dictador! ¡Abajo el tirano! ¡Fuera de la ley el dictador!”, le gritaban los
diputados furiosos; algunos se lanzaban sobre él y le rechazaban. “¡Tú harás la
guerra a tu patria!”, le gritó Arena mostrándole la punta de su puñal. Los granaderos,
viendo vacilar y palidecer a su general, atravesaron la sala para darle
protección; Bonaparte amparándose entre sus brazos, se marchó. Así libre,
volvió a montar a caballo y al galope se dirigió hacia el puente de Saint-Cloud, gritando a sus soldados: “¡Ellos me han querido
matar! ¡Ellos han querido ponerme fuera de la ley! ¡No saben que yo soy
invulnerable, que soy el dios del rayo!” [...]
Bonaparte entonces
volvió grupas y se presentó de nuevo a sus soldados tratando de excitar a los
generales a acabar aquello con un golpe de mano [...]. Luciano, inspirando a
Napoleón toda su energía, montó a caballo, y en calidad de su presidente pide
el concurso de la fuerza para disolver la Asamblea. Llevó consigo a los grandes
granaderos, que forman en columnas apretadas, conducidos por Murat a la sala de
los Quinientos, y se dio el toque de carga. La sala fue invadida a tambor
batiente, y los diputados tiraron las togas y saltaron por las ventanas.
Tal
fue el desenlace de la jornada de Saint-Cloud (19 de Brumario = 10 de
noviembre).