TEJERA,
P. Viajeras por el lejano Oriente
(1847-1910). Madrid: Ediciones Casiopea, 2019.
Los
intercambios comerciales de los países occidentales con Extremo Oriente
crecieron mucho durante el s. XIX, especialmente desde que, por medio de “tratados desiguales”, obligaron a
abrirse al tráfico a China (Guerras del Opio) y Japón (comodoro Perry). La
mayoría de las potencias coloniales intentaron estar presentes y dominar estos
espacios, empleando en ocasiones la
fuerza. El dominio colonial hizo que fueran frecuentes los viajes de gobernantes,
funcionarios, diplomáticos, militares, agentes comerciales, misioneros, etc. Sus
testimonios, las imágenes que ofrecían las novedosas fotografías de las últimas
décadas del XIX, las noticias de prensa, los libros y relatos, los fascinantes
productos orientales como la seda o la cerámica… despertaron la curiosidad por
conocer aquellas tierras, sus gentes, su cultura y su arte. Los nuevos medios
de transporte iban a facilitar los viajes y a hacerlos más cortos y
relativamente más cómodos.
Viajes que, en
la mentalidad de la época, parecían reservados a los hombres. Respecto a las
mujeres, era común compartir el pensamiento del editor de guías de viajes K.
Baedeker “Una dama no debería jamás
desplazarse sin acompañante a un lugar recóndito” o el del político
conservador inglés Lord Curzon “su sexo y
su entendimiento las hacen ineptas para la exploración y este tipo de
trotamundos femenino es uno de los mayores horrores de este fin de siglo XIX”.
Afortunadamente, muchas mujeres trataron de demostrar lo equivocado de estas
opiniones y, haciendo realidad sus sueños, desafiaron a una sociedad machista y
se aventuraron por India y tierras del Extremo Oriente asiático, incluso por
muchos de sus espacios ignotos, generalmente poco seguros. Mujeres,
preferentemente de clase media, que afrontaron con determinación las
inclemencias de climas ecuatoriales y tropicales, las amenazas para la salud (enfermedades
como la malaria, falta de higiene…), la aversión al extranjero de algunos
autóctonos, la impredecible reacción de algunas tribus, los peligros propios de
los viajes, la incomunicación… Hay que agradecer que la mayoría de ellas decidieran
compartir y dejar para la posteridad testimonio de sus aventuras y vivencias en
escritos (descriptivos, científicos o autobiográficos) y documentos gráficos
(fotografías, acuarelas).
Algunas
viajaron acompañando a sus esposos diplomáticos, militares o comerciantes como
por ejemplo Annie Brassey, Catherine de Bourboulon,
Mary Crawford Fraser, Charlotte Canning, Alice Ellen Neve… pero supieron
aprovechar su estancia para explorar y conocer su entorno dejando abundantes
testimonios de sus viajes como Charlotte Canning de su viaje al Tibet, Annie
Brassey o Alice Ellen Neve de sus viajes a lo largo del río Yangtsé. Otras se
lanzaron a la aventura en solitario como Constance
Gordon Cumming, una brillante acuarelista que estuvo cincuenta años
recorriendo el mundo interesándose por la geografía y la cultura de las zonas
que visitaba o la científica Marie Stopes que se
desplazó a Japón para investigar la flora y su evolución.
La fascinante
historia de cinco mujeres ocupa la parte central de la obra. En primer lugar Ida Pfeiffer, una viajera infatigable de insaciable
curiosidad, que recorrió el mundo: Brasil, Chile, Tahití, Mesopotamia, Persia,
Ceilán, India, China, Borneo, Sumatra, Singapur, Célebes… Se esforzó por
conocer las formas de vida del pueblo chino. Estuvo en lugares en los que
corrió verdadero peligro como cuando recorrió Cantón en tiempo de la Primera
Guerra del Opio, se adentró en territorio Dayak (“los cortadores de cabezas”) o
en el de la tribu caníbal de los Batak (fue el primer europeo en salir con vida
de este lugar). Isabela Bird, una de las grandes
trotamundos, que pareció hallar en los viajes los remedios a su mala salud.
Recorrió todo el Extremo Oriente, el Himalaya, India, Persia, el Kurdistán, el
Atlas marroquí (ya con 70 años). También corrió verdadero peligro en algún
momento. Dejó muchos testimonios de sus viajes, escribió libros (algunos de
fotos) y artículos de gran éxito editorial, dio conferencias... Fue
la primera mujer en ser admitida como miembro de la Real Sociedad Geográfica de
Londres. Marianne North que pasó veinte años
pintando paisajes, aves y plantas de medio mundo, desde América al Extremo
Oriente e islas del Índico sur. Dejó más
800 cuadros, la mayoría se pueden admirar en una galería del Jardín Botánico de
Kew. Helen Caddick que escribió varios volúmenes
con valiosas descripciones de sus viajes por varias ciudades de China, Japón
(recorrió muchas ciudades), Singapur, Java, India… Por último, Eliza Scidmore cuya vida está íntimamente ligada a
Japón. Conoció el Japón rural, sus gentes, sus paisajes remotos, su cultura, sus
ciudades… Su fascinación por el paisaje japonés de los cerezos en flor le llevó
a recrearlo a orillas del rio Potomac. Escribió varios libros sobre sus viajes
por Japón, por Alaska, por Java… y varios artículos en la revista National
Geographic. Fue también una pionera en
el mundo del periodismo y de la fotografía y la primera mujer en entrar en la National
Geographic Society de Washington.
Otras muchas
mujeres realizaron diversas andanzas por el sudeste asiático, por lugares peligrosos,
llenos de incomodidades. De sus vivencias dejaron valiosos testimonios. Pilar
tejera recuerda los casos de Emily Innes a la
que no gustó su estancia en Borneo y en la península malaya; Anna Leonowens que tuvo sus más y sus menos con el rey
de Siam que le había encargado la educación de su hijo; Beth Ellis que dejó un
divertido libro sobre sus aventuras en Birmania; Sophia
Raffles que, a pesar de considerar un infierno su vida en Birmania (en
parte debido a que perdió a algunos hijos víctimas de las fiebres) se esforzó
por conocer la vida tradicional de sus gentes; Harriette
McDougall que realizó una gran labor social en Borneo en un ambiente
difícil; Ana Forbes que fue una de las primeras
mujeres en adentrarse por territorios vírgenes de Sumatra, Java; Margaret Brooke que dejó un valioso testimonio de su viaje a Kuching
(Borneo); y Harriet Chalmers Adams, una de las
grandes exploradoras de comienzos del s. XX, que recorrió América Central y
todo Extremo Oriente y escribió muchos reportajes para National Geographic.
No se olvida
la autora de misioneras que, en un ambiente a veces hostil, trataron de llevar
el mensaje evangélico. Ciertamente, fueron unas mujeres muy valerosas que
tuvieron que vivir en ambientes de fuertes tensiones sociales y movimientos de xenofobia contra los
extranjeros. Muchos autóctonos veían a estas misioneras como agentes de las
potencias extranjeras. Su labor sobrepasó los límites de la evangelización,
fueron educadoras, interpretes, intermediarias… Se citan algunos ejemplos: Annie Taylor la primera europea en entrar en el Tibet
para llevar el mensaje cristiano; Susie Rijnhart,
segunda mujer occidental en entrar al Tibet, que fracasó en su intento de
entrar en Lasha cerrada a los extranjeros; Eleanor
Agnes Marston que experimentó el rechazo y la incomprensión en China
tras las guerras del Opio, fue compañera de viajes de Annie Taylor por el
Tibet; Sarag Alice Young asesinada, junto a su
esposo, en la provincia china de Shaxi; Anna Jakobsen que
pudo escapar de la muerte durante la revuelta de los Bóxers y, en fin, el trío
de las inseparables Mildred Cable y las hermanas
Evangeline y Francesca French que desarrollaron su labor por peligrosas
zonas de China, escribieron sus memorias y dejaron descripciones de gran valor
para la comunidad científica.
De los viajes
y aventuras de todas estas mujeres deja constancia Pilar Tejera en este
magnífico relato. Un relato sumamente interesante, como otros de la misma
autora sobre mujeres viajeras por otros espacios no menos interesantes y
arriesgados que he tenido la oportunidad de leer e incluso comentar. La cuidada
edición de la obra contribuye a hacer más agradable, si cabe, su lectura.
La Obra en la
Web de la Editorial:
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