ALMARZA, Rubén. “Breve
historia del Japón feudal”. Madrid: Editorial Nowtilus, 2018.
Hay que dar la bienvenida a esta obra que nos acerca a un
período de la historia japonesa del que existe escasa bibliografía en
castellano. Estamos ante un ensayo que logra desmontar ciertos mitos muy
difundidos sobre todo lo relacionado con la historia medieval japonesa y que consigue
evitar un enfoque eurocéntrico en su exposición. Pues si bien es verdad que el
feudalismo japonés presenta algunas similitudes con, por ejemplo, el francés o
español, no lo es menos que ofrece grandes diferencias con ellos fruto de una
historia y una mentalidad peculiares.
A través de una exposición diacrónica, Rubén Almarza analiza
la larga época feudal japonesa, centrándose especialmente en el tiempo que
transcurre desde el Período Heian (794-1192) hasta el final del shogunato
Tokugawa (1868). Para poder entender mejor esta época, comienza haciendo una
larga introducción a los años anteriores a 794, desde la prehistoria del país:
los primeros pobladores de las islas, los restos paleolíticos, la tardía
llegada del neolítico, la religión y el auge del budismo, los primeros intentos
de formación de un Estado complejo, las
relaciones con Corea y China, la primera literatura japonesa… y la peculiar
geografía de las islas que componen el archipiélago japonés, situado lo
suficientemente lejos del continente asiático para mantener su peculiaridad y,
a la vez, lo bastante cerca para recibir las influencias económicas y
culturales de China y Corea.
El autor divide el estudio del feudalismo japonés en varios
períodos. De cada uno de ellos analiza la estructura de poder, la figura del
emperador, las familias dominantes que ejercen de facto el gobierno, los
conflictos internos entre clanes que luchan por el poder, las relaciones con el
exterior, el impacto del contacto con los europeos (comerciantes y
evangelizadores), etc., y también la economía, la estructura social, la
cultura, la literatura y el arte.
El feudalismo japonés alcanzó su más acabada expresión en la
época del shogunato de la familia Tokugawa que se hizo con el poder tras la
batalla de Sekigahara (1600) y se mantuvo en él hasta la Restauración Meiji en
1868. Pero la sociedad feudal comenzó a configurarse y a consolidarse desde el período Heian (794-1192). Durante la mayor parte de
esta época, los emperadores delegaron las tareas de gobierno, la familia Fujiwara
monopolizó el cargo de regente (que no solo operaba cuando el emperador era
menor de edad) hasta que el emperador Shirakawa (1155-1158) decidió gobernar él
mismo. Un aumento del poder de los señores, un crecimiento de los latifundios y
la aparición de la clase samurái marcan los inicios de la feudalización. También
se dio un florecimiento cultural
destacando el auge de la poesía (el género literario más valorado) y se
construyeron numerosos palacios y templo. Siguió el convulso período Kamakura (1192-1333). Yorimoto se hizo con el
poder (se nombró shogun) e inauguró el primer Gobierno de índole guerrera. En
esta época Japón debió hacer frente a dos intentos de invasión de los mongoles
que logró frenar gracias en parte a fenómenos meteorológicos. Durante esta
época el feudalismo japonés fue consolidando su estructura. El largo tiempo de
los períodos Muromachi y Sengoku (1336-1573),
dominado por el shogunato de la familia Ashikaga, fue una época de conflictos
armados y de gran belicosidad. Se consolidó el poder de los señores locales
(daimios) y la fidelización de la sociedad. En 1543, comerciantes japoneses
llegaron a las costas de Japón, entre sus artículos llevaban uno que causó gran
sensación y que rápidamente fue adoptado por los samuráis: el arcabuz. En 1549
llegó a Japón Francisco Javier. Precisamente en el arcabuz basó su poder Nobunaga,
el hombre fuerte que inauguró el período
Azuchi-Momoyama (1573-1603). Creció la producción agrícola, el comercio
y la artesanía, se reunificó el Japón y los señores feudales (daimios)
construyeron numerosos castillos verdaderos centros rectores de la vida de su
entorno. No todo fue paz, Japón se enfrentó a los ejércitos de Corea y China en
un conflicto que duró casi una década. La primitiva tolerancia con los
misioneros (jesuitas y franciscanos) se tornó en recelo debido al poco tacto de
los predicadores y más tarde en abierto rechazo por los gobernantes: Hideyoshi
expulsó a los jesuitas en 1587 y diez años más tarde ordenó crucificar a 26
cristianos, algunos eran japoneses convertidos (los conocidos como mártires de
Nagashaki). Finalmente, en el larguísimo período Edo (1603-1867),
dominado por el shogunato de la familia Tokugawa se ipuso el aislacionismo de
Japón, portugueses y españoles fueron expulsados del país y tan solo se
permitió la estancia de un grupo de holandeses en la isla artificial de Dejima.
Este aislacionismo va a continuar hasta le llegada de la flota del comodoro
Perry en 1853, primer extranjero no autorizado que entró en Japón en 200 años.
A partir de entonces Japón se va a tener que abrir al exterior, no siempre de
buena gana, firmando una serie de tratados con las potencias occidentales no
muy favorables para sus. El autor explica con detalle la estructura de una
sociedad tan jerarquizada (aunque con alguna posibilidad de movilidad) y los
distintos grupos sociales, dedicando un
apartado al papel de la mujer en esta sociedad (de una posible sociedad
matriarcal en el período Heian se fue pasando a otra de claro predominio
masculino a medida que se fue imponiendo la clase guerrera). Tras dedicar unas
líneas a la mejora en la economía, al aumento del nivel de vida y al desarrollo
cultural y artístico, se analiza por qué cayó el shogunato. En 1868, se
proclamó la Restauración Meiji y el final de la época Tokugawa.
Hasta aquí el cuerpo principal de la obra que acaba con unas
líneas explicando en qué consistió la Restauración Meiji y dando unas pequeñas pinceladas de la
historia posterior de Japón.
La obra en la Web de la Editorial:
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