FERRER VALERO, S.: “Breve historia de la mujer”.
Editorial Nowtilus. Madrid, 2017
Escribir una historia de la mujer
es tarea difícil y más aún si se pretende condensar en poco más de trescientas
páginas la situación de la mujer en la sociedad, desde la prehistoria a nuestros
días y en las distintas civilizaciones. La poca presencia femenina en las
fuentes históricas hace que aumenten las dificultades. Así, que el esfuerzo de
la autora no puede sino ser bien recibido y digno de agradecer.
En esta obra, Sandra Ferrer hace
un análisis de la situación de la mujer a lo largo de la Hitstoria, tanto en la
esfera privada como en la pública. Se va a centrar en aspectos como la
discriminación legal (“siempre menores de edad”), el sometimiento a los hombres
(padres o maridos), su situación dentro del matrimonio, su papel en la vida
privada como madre y esposa, su poca participación en la vida pública durante
la mayor parte de la Historia, las dificultades para acceder a la educación, su
actividad laboral fuera del hogar y la participación en los ritos y oficios
religiosos. Y la reivindicación de su emancipación e igualdad de derechos con
el hombre, primero de una manera tímida y luego de una forma más general y
organizada: feminismo, sufragismo, sindicalismo… El estudio cronológico que
sigue la obra ayuda al lector a calibrar la evolución (en muchos períodos más
bien estancamiento) de la situación de las mujeres.
A lo largo del ensayo, la autora
se propone distinguir muy bien la situación de las mujeres pertenecientes a las
clases populares de la que han disfrutado las pertenecientes a la realeza,
nobleza y clases altas. Destaca también el papel de algunas pioneras,
luchadoras, mujeres de talento, etc. que marcaron un hito en su tiempo en los diversos
campos (literatura, ciencia, arte, política….).
Tras la lectura de la obra, la
conclusión es que, en la mayor parte del tiempo histórico y en muchos lugares y
civilizaciones, la desigualdad legal, el sometimiento, la marginación de la
vida pública y la misoginia han sido la tónica dominante. Y, aunque desde el s.
XIX, la situación de la mujer comienza a cambiar lentamente, hoy, en muchos
lugares del Planeta, la mujer está muy
lejos de lograr el estatus que tiene en las sociedades occidentales; pero,
incluso en éstas quedan por alcanzar varios logros (desigualdad salarial,
violencia de género, acceso a los puestos de dirección…).
Con el objetivo de animar a su
lectura, haré un breve bosquejo de lo que el lector puede encontrar en este
ensayo. Comienza la obra con un primer capítulo dedicado a la Prehistoria, un
ejemplo muy interesante de cómo la Historia se ha escrito en clave masculina. Aparte
de la evidente función reproductora (la gran cantidad de “Venus” encontradas en
diversos lugares atestiguan su importancia), señala la autora que, sin mucha
base científica, se ha asignado a la mujer de la Prehistoria unas tareas
(recolectora de frutos, tejedora, cuidadora del hogar…) menos valoradas que las
protagonizadas por el hombre (caza, pastoreo…). Es posible que esta división
del trabajo haya sido una interpretación con parámetros muy posteriores y la
mujer prehistórica tal vez pudo vivir en condiciones de igualdad con el hombre.
Los capítulos dos y tres están
dedicados al Próximo Oriente Asiático y a Egipto. En Mesopotamia, la mujer está
sometida al varón en una sociedad claramente patriarcal. En esto el Código de
Hammurabi (s. XVIII a. C.) es claro. La educación, diferente para cada sexo,
prepara a la mujer para que desarrolle sus tareas para el buen funcionamiento
del hogar. Curiosamente, en Babilonia encontramos las que se pueden considerar
primera científica (la química Tapputi-Belatekallim) y primera escritora (Enheduanna) de la Historia.
En Israel, las mujeres tuvieron
poca influencia en la vida política, su rol principal fue casarse y tener hijos.
Las diferentes maneras de crear al hombre y a la mujer y el papel de Eva en el
relato del pecado en el Paraíso Terrenal recogidas en la Biblia apuntan
claramente a alguno de los fundamentos de esta discriminación femenina.
En Egipto, es muy diferente la
situación de las mujeres del pueblo cuyo papel consistía en ser “señora de la
casa” y las mujeres de las clases altas y del entorno al Faraón, algunas de las
cuales tuvieron gran influencia y actividad política (Nefertiti, Hatshepsut,
Cleopatra…). Si bien las mujeres gozaron de igualdad ante la ley (podían tener
propiedades o recibir herencias), su participación en la vida pública fue
escasa y su acceso educación difícil, a la mayoría de las niñas no se les
enseñaba a leer o escribir.
En la Grecia (capítulo 4), la
mujer también estaba supeditada al hombre, su deber fundamental era formar una
familia. Salvo las sacerdotisas, las mujeres carecían de derechos legales, no
podían tener posesiones materiales y debían permanecer en el hogar del que sólo
salían para para algunas fiestas familiares y celebraciones religiosas. Las
teorías de Aristóteles que consideraban a la mujer un ser incompleto,
consideradas verdades indiscutibles durante siglos, influyeron mucho en la
consideración de la mujer. En este ambiente de fuerte misoginia, destacaron
algunas mujeres como la poetisa Safo o Aspasia, la compañera de Pericles…
En Roma, la situación de la mujer
era prácticamente igual, el derecho romano consideraba a las mujeres incapacitadas
para algunos roles sociales. Si bien dentro del hogar se admitía una cierta
igualdad de sexos, la participación de la mujer en la vida pública fue escasa y
casi siempre en la sombra. Con gel
tiempo, la mujer consiguió una cierta liberación a nivel jurídico, pero el
control legal de los hombres sobre ella duró hasta Diocleciano (s. III). En el
culto, su papel fue irrelevante si exceptuamos las vestales y las flaminias.
En el capítulo 6 se constata lo poco
que ha quedado de la actividad de las mujeres en los más de 1000 años del
Imperio Bizantino. Sus principales tareas fueron tener hijos, ser buenas
esposas y cuidar del hogar. Fuera de casa no se debían exponerse al público, además
deben llevar el rostro velado., tradición que recogió el Islam. Sí tuvieron
relevancia algunas poderosas basilissas como Helena o Teodora.
No les fue mejor a las mujeres en
los territorios de implantación del primer Islam. La situación de reclusión que
impuso el Profeta a sus mujeres se extendió a la colectividad. Las mujeres
desaparecieron de la esfera pública.
La Edad Media fue también una
época de misoginia. El papel de la mujer medieval experimentó un retroceso respecto
al mundo celta o germánico en los que tuvo un rol muy relevante en la toma de
decisiones. Las reinas y señoras feudales a veces ejercieron el poder como
titulares o cuando sus esposos o hijos estaban ausentes (Leonor de Aquitania es
un buen ejemplo). Las mujeres de clase alta tuvieron un relativo acceso a la
educación. Un buen número de mujeres que nutrieron los numerosos cenobios,
forzadas o por vocación, tuvieron acceso
a la cultura y contribuyeron a su divulgación como copistas o iluminadoras de
códices. Pero, para el común de las
mujeres su actividad principal consistió en tener hijos y dirigir las actividades del hogar, aunque en
las ciudades algunas trabajaron en los talleres gremiales con salarios
inferiores a los hombres. Al otro lado del Atlántico, en la América
Precolombina las mujeres tuvieron un
papel destacado en las ceremonias religiosas en las civilizaciones Maya, Azteca
e Inca; aunque aquí también fueron muy diferentes las condiciones de vida de
las élites que las que soportaron las campesinas.
Al comienzo de la Edad Moderna,
la situación de la mujer era parecida a la Edad Media, seguía subordinada al
marido y su papel era ser buena madre y esposa. La Contrarreforma acentuó el
papel de la mujer y esposa devota, unida a su marido por el sacramento
indisoluble del matrimonio. Bien es verdad que desde el siglo XVI comenzaron a
oírse voces sobre la necesidad de una educación femenina (algo que apoyaron con
sus escritos pensadores como como Juan Luis Vives, Erasmo de Rotterdam o la “feminista” Mary
Astell) y a protagonizarse algunos debates sobre la emancipación y los derechos
civiles de la mujer. Durante la Ilustración se mantuvo la idea de inferioridad
de la mujer; increíblemente, los filósofos ilustrados concluyeron que la mujer
era inferior “por naturaleza” (incluso un hombre como Rousseau teorizó sobre esta
inferioridad). La organización de tertulias literarias por damas de la alta
nobleza en los salones de sus palacios, no puede hacer olvidar la poca
participación de la mujer en la vida social durante la época ilustrada.
Los revolucionarios se olvidaron un
tanto de la mujer a pesar de su papel destacado en las grandes revoluciones
como La Fronda, la Revolución Gloriosa de 1688 inglesa, la independencia de
EE.UU. o la Revolución Francesa (uno de sus hitos fue la marcha de mujeres a
Versalles en otoño de 1789 para exigir la provisión de grano y la vuelta de los
reyes a la capital). Este olvido quedó muy patente en la ausencia de la mujer
en la Declaración de Derechos (lo que motivó la réplica de la Declaración de
Olympe de Gouges ) o en el no reconocimiento del derecho a voto ni siquiera en la Constitución francesa de
1793. Una inglesa, Mary Wollstonrcraft, se trasladó a Francia Revolucionaria
para, con su obra, enarbolar lavandera feminista.
Dedica un capítulo (el 11) a la
situación de la mujer en Asia, África y Oceanía hasta el s. XIX. Dentro de la
gran diversidad existente en estos vastos espacios, lo predominante fue la situación
de la mujer como madre y esposa sin prácticamente acceso a la vida pública.
El siglo XIX fue clave para el devenir
del papel de las mujeres que adquirieron un protagonismo desconocido hasta entonces.
Laboralmente, se incorporaron paulatinamente al trabajo fabril (textil
especialmente), con salarios muy inferiores al de los hombres. Fue el inicio de
movimientos femeninos que reclamaron mejoras laborales e iniciaron la acción
sindical. Políticamente, en las
revoluciones de 1830 y 1848, las mujeres estuvieron muy presentes en clubs,
barricadas, asambleas. Fue precisamente en 1848, en el pueblo norteamericano de Seneca Falls,
donde un grupo de mujeres y hombres publicaron una Declaración defendiendo la
total igualdad de hombres y mujeres, es el primer documento auténticamente
feminista de la Historia. A lo largo del siglo, el feminismo fue tomando
fuerza, reclamando el acceso a la educación en plano de igualdad con el hombre
y el derecho a voto. Las sufragistas protagonizaron, especialmente en
Inglaterra pero no en el único lugar, acciones espectaculares: manifestaciones,
encadenamientos, boicot a campañas electorales, marchas reivindicativas…
La decisiva aportación de las
mujeres durante la I Guerra Mundial, tanto en el mundo laboral, en industrias y
trabajos en los que antes había estado ausente (la industria de armamento por
ejemplo), como con su presencia en el
escenario bélico (labores sanitarias, pero también como combatientes, incluso
aviadoras) tuvo como consecuencia una revalorización de su papel social y que
en los años siguientes viese conseguido su derecho al voto.
En el período de entreguerras, la
situación de la mujer sufrió muchos vaivenes, frente a una internacionalización
del movimiento feminista (incluido el nuevo de tipo bolchevique) y la
consecución de algunos logros, asistimos al retroceso que significó la
consideración de la mujer como esposa, madre y ama de casa alejada de la vida
pública en los regímenes fascistas. Terminada la II guerra mundial las mujeres
pidieron un papel más activo en la vida pública. La ONU en su Declaración
Universal de Derechos Humanos de 1948 incluyó la igualdad de hombres y mujeres.
Cierra la obra un capítulo
dedicado a la situación de la mujer en España que, en muchos momentos de su
historia (Prehistoria, pueblos prerromanos, época romana y visigóda, Edad
Media, Edad Moderna), fue similar a la de su entorno. En épocas más recientes,
las reivindicaciones y mejoras femeninas llegaron algo más tardíamente similar
a lo ocurrido con la modernización industrial; por ejemplo, no hubo en España
un destacado un movimiento sufragista. Entre las voces que reclamaron la
emancipación femenina encontramos algunas ilustres como la de Emilia Pardo
Bazán que denunció la discriminación femenina e insistió en la necesidad del
acceso a la educación o la de Jovellanos que insistió igualmente en el tema
educativo. Sin embargo, para la mayoría de la población femenina, sumida en el
analfabetismo, el acceso a los Institutos o la Universidad era una quimera. En
el siglo XX, durante la II República la situación de la mujer experimentó
ciertas mejoras como la mayor facilidad para acceder a la educación universitaria
o el derecho al voto (la conocida polémica entre Clara Campoamor y Victoria
Kent al respecto es harto ilustrativa de la consideración que se tenía de la
mujer como poco madura para ejercer este derecho). El triunfo de Franco en la
Guerra Civil y la consiguiente dictadura fue un duro revés para la mujer que
vio cómo su papel volvía al seno del hogar. Una de sus organizaciones, la
Sección Femenina, defendió el modelo más rancio de la sociedad patriarcal
católica. Los cambios para llegar a la situación actual se iniciaron en los
años sesenta y se fueron consolidando y ampliando desde la llegada de la
democracia tras la muerte del Dictador.
En resumen, una obra amena y
rigurosa, de recomendable lectura, que puede ser el punto de partida para
profundizar en la historia de la mujer, una disciplina bastante reciente que
tiene muchas lagunas que llenar.
Ficha de la obra en la Web de la
Editorial
Blog de la autora
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