SAN JUAN, V.: “Breve
historia de la Armada Invencible”. Editorial Nowtilus. Madrid, 2017
La toma y realización
de una decisión histórica importante siempre se enmarca en un contexto y tiene
múltiples causas y consecuencias (tener presente la multicausalidad es
imprescindible para comprender la Historia). Esta obra tiene muy presente la
necesidad de enmarcar en su contexto la
determinación de Felipe II de enviar la Gran Armada y un ejército terrestre a
invadir Inglaterra y de analizar las diversas razones que empujaron al Rey a
tomar esta decisión.
Así pues, en una primera parte, el lector va a encontrar un
detallado análisis de la política exterior española y europea en la primera
mitad del siglo XVI relacionando entre sí lo sucedido en los diversos
escenarios en los que la monarquía hispánica tuvo un destacado protagonismo: el
descubrimiento del Nuevo Mundo que va a cambiar el centro de gravedad de la
geopolítica europea, las relaciones con Portugal para demarcar sus respectivas
áreas de influencia en las nuevas tierras, la gran rivalidad de Carlos V con
Francia que derivó en sucesivas guerras, la amenaza turca en el Mediterráneo,
las evolución de las relaciones con Inglaterra de la cordialidad con el
matrimonio de Enrique VIII con Catalina de Aragón a la ruptura por la cuestión
religiosa, el enfrentamiento con los protestantes del Imperio a cuyo problema
no pudo Carlos dar solución a pesar de algunos éxitos sonados éxitos como el
triunfo en Mühlberg, etc. España debía atender a demasiados frentes como no
podía ser menos en un país que comenzaba
el s. XVI con vocación de gran potencia hegemónica.
El grueso de la obra se centra en exponer la política
exterior del Felipe II, especialmente el problema de los Países Bajos y las cambiantes
relaciones con Inglaterra desde los momentos de acercamiento (matrimonio del
Rey con María Tudor) al enfrentamiento con la reina Isabel que derivó en la
decisión de enviar la Armada “Invencible”.
Sin olvidar analizar otros hechos muy determinantes en la
segunda mitad del XVI. Por ejemplo, la lucha contra los turcos en el
Mediterráneo que, tras unos primeros desastres (Argel y Los Gelves), culminó
con la victoria de Lepanto, “la más grande ocasión que vieron los siglos” en
palabras de Cervantes. Otro asunto que iba a tener gran trascendencia política fue el acceso del Rey al trono de Portugal
tras la desaparición del rey Sebastián en Alcazarquivir. Felipe tuvo que imponerse
al aspirante prior de Crato que contó con ayuda francesa e inglesa a las que no
gustaba el engrandecimiento del imperio de Felipe II. Tras su expulsión de
Portugal, el prior de Crato se hizo fuerte en las Azores hasta la derrota de
las escuadras inglesa y francesa por la armada española. Y, como no, las
relaciones con la vecina Francia desde la paz de Cateau-Cambresis, tras las
victorias de San Quintín y Gravelinas, hasta la intervención de España en las
guerras de religión francesas.
Pero, como he apuntado, la mayor atención del autor se centra
en el problema de los Países Bajos y el enfrentamiento con Inglaterra, ambos
muy interrelacionados. Desde que los protestantes de los Países Bajos decidieron
rebelarse contra España (Compromiso de Breda, 1566), el Rey siguió una política
un tanto errática: desde el empleo de la fuerza que representó el gobierno del
Duque de Alba (algunas de cuyas actuaciones, como la ejecución de Egmon y Horn
o la puesta en funcionamiento del Tribunal de Tumultos, fueron
contraproducentes y contribuyeron a la forja de la Leyenda Negra) a la política
más conciliadora de Luis de Requesens o a las negociaciones de Alejandro
Farnesio que, en 1579, acabó formando la Unión de Arras a lo que respondió
Guillermo de Orange con la Unión de Utrech poniendo las bases para que se
formaran los Estados de Bélgica y Holanda.
Seguidamente, la obra detalla una serie de actuaciones de la
reina inglesa Isabel que hicieron tomar a Felipe II la decisión de invadir
Inglaterra: los actos de piratería de John Hawkins (gran expedición de 1567) y
F. Drake (tanto en América como en las costas gallegas o en Canarias) alentadas
y apoyadas por la Reina, la financiación de las protestas escocesas que
acabaron con el reinado de María Tudor y la orden de encarcelamiento y
posterior ejecución de María Tudor en 1587 tras el montaje de la conjura de
Babington, el apoyo inglés a los protestantes de los Países Bajos a la
candidatura del prior de Crato al trono portugués, las negociaciones inglesas
con Estambul para que los turcos hostigaran los intereses españoles, el apoyo
inglés a los protestantes franceses…
Tras muchas dudas, Felipe II tomó la determinación de invadir
Inglaterra. Encomendó la formación de una
potente armada a un hombre experimentado y de gran prestigio (El Marqués
de Santa Cruz) que debía coordinar su actuación con el ejército de los Países
Bajos de Alejandro Farnesio. La preparación de la Armada en el puerto de Lisboa
sufrió algunos contratiempos como la falta de suministros necesarios (alimentos,
armamento…) que tenían dificultades para llegar debido a las acciones de Drake
establecido en Sagres o las bajas causadas por una epidemia de tifus, entre
ellas la del propio Marqués de Santa Cruz. Para sustituirlo, Felipe II nombró
al Duque de Medina Sidonia que no era un gran marino, pero si un efectivo
administrador. El propio Duque alegó que tenía poca experiencia marinera y una
salud no muy buena, pero Felipe II no hizo caso y persistió en su error, uno de
los varios que cometió Felipe II respecto a este asunto.
Cuando Medina Sidonia llegó a Lisboa reunió una especie de Estado Mayor con los marineros más importantes
de que disponía (no era experto marinero, pero sabía escuchar). Dividió la Armada en 10 escuadrones teniendo
en cuenta la procedencia y características de los buques. El autor explica con
mucho detalle cómo eran los buques y su armamento, ambos muy heterogéneos. A
principios de abril, el Duque recibió las últimas instrucciones de Felipe II; eran
demasiado precisas, parecían desconfiar de su pericia, además impedían tomar
decisiones sobre el terreno.
Finalmente, serían 131 barcos los participantes en la Armada.
Militarmente los auténticamente importantes eran los robustos y panzudos
galeones. Les esperaban los ingleses (en número tal vez algo superior) fondeados
en Plymouth y en los meandros de Medway, bajo el mando supremo de un primo de
la Reina, Charles Howard. Medina Sidonia ordenó zarpar, tras algún aplazamiento,
el 28 de mayo. El viento no era muy favorable, muchos barcos no podían ni
mantener el rumbo (navegar a vela entraña una gran dificultad para hacerlo
uniformemente con barcos tan dispares). La falta de víveres y de agua en buen estado
hizo que se tuviese que recalar en La Coruña. De la Coruña, la Armada zarpó el
22 de julio con 127 unidades. Medina Sidonia, obediente a las instrucciones del
Rey, tomó una ruta que eliminaba el efecto sorpresa y no era la más adecuada
para el apoyo al embarque de las tropas de Farnesio. La no comunicación de Farnesio con la Armada ha puesto a éste en el
punto de mira de las críticas.
El autor, especialista en temas náuticos, describe la ruta y
formación típica de media luna de la Armada y los enfrentamientos con los
barcos ingleses. Combates, más bien escaramuzas, frente a las costas de Devon,
en el promotorio de Portland Bill o en la isla de Wight. El Duque de Medina
Sidonia tuvo problemas para buscar un lugar adecuado donde esperar a Alejandro
Farnesio, solo le quedó un mísero fondeadero entre S. Juan de Calais y
Gravelinas, casi a mar abierto. Esta pésima solución fue el comienzo de serias
desventuras y, a la postre, de la catástrofe final. La salida de las tropas de
Alejandro Farnesio estaba obstaculizada por Justino de Nassau con sus “mendigos
del mar” (quería vengar su humillación en la toma de Amberes tres años antes).
Un episodio tal vez magnificado por la historiografía inglesa
fue el de las consecuencias del empleo de ocho brulotes incendiarios por los
ingleses que debía preceder a un ataque general de la flota. No causaron
grandes daños, aunque si contribuyeron a romper la formación de algunos barcos.
La historiografía inglesa resalta el ataque de su flota que terminó con la gran
victoria de Gravelinas. Dice el autor que esto no se sostiene, la gran batalla
fue más bien una escaramuza ya que los ingleses no aceptaron el combate barco a
barco. La Armada sobrevivió, incluso recompuso la formación con unos 40 buques.
El fuerte temporal arrojó a varios barcos contra las arenas de Flandes donde
serían pasto de los “mendigos del mar” aunque el cambio del viento hizo que los
grandes galeones pudieran librar los bancos de arena. Medina Sidonia puso rumbo
al norte. Los ingleses dejaron de seguir a la Armada frente a las costas de Escocia.
La Armada abordar el difícil paso entre las islas Orcadas y las Shetlands.
Se suele culpar a la actitud de Alejandro Farnesio y a la
escasa pericia del Duque de Medina Sidonia del fracaso de la Armada. El autor
señala que el verdadero culpable fue Felipe II que cometió una serie de
errores, algunos propios de la desconfianza y de practicar política de oídos sordos
a las advertencias de algunos colaboradores.
El regreso fue una gran hazaña naval. Los temporales hicieron
naufragar a varios barcos en las costas irlandesas. Los marinos supervivientes
fueron cazados como alimañas y vilmente asesinados. El autor describe con mucho
detalle el destino de varios barcos, en las costas irlandesas donde se
perdieron unos 27 buques y murieron entre tres y cuatro mil hombres.
Fueron 67 los barcos
que llegaron con Medina Sidonia a España a diversos puertos del norte a partir
del 23 de septiembre. Como balance, perecieron entre nueve y once mil hombres
de la Armada (muertos en combate y por enfermedad). Los ingleses entre el
combate y el tifus pudieron tener entre seis y nueve mil muertos.
Aquí no acabó el enfrentamiento entre España e Inglaterra.
Explica el autor un hecho menos conocido, la formación en Inglaterra de una
Contraarmada (así llamada por los españoles) de 150 barcos al mando de F.
Drake, con diversos objetivos: acabar con el poderío naval español destruyendo los buques que quedaban de la
Armada, reponer al Prior de Crato en el trono portugués y hacerse con una base
en las Azores para hostigar a la flota de Indias… Llegaron a la Coruña (4 de mayo
de 1589) donde, tras tomar los barrios bajos de la ciudad, fueron obligados a
reembarcar y fracasaron igualmente en su intento de tomar Lisboa. La ofensiva
inglesa contra los intereses españoles continuó en las Azores, en los puertos
latinoamericanos del Pacífico, en Panamá, en Puerto Rico en Cádiz (fue atacado
en 1596 y sufrió el incendio de casi trescientas casas y 32 naves en el
puerto). Incluso se enfrentaron en la
Bretaña francesa en el contexto de las guerras de religión
De todo esto, que no es poco, trata esta obra con un estilo
riguroso, crítico y desmitificador. Trata de contraponer hechos y datos
objetivos frente a falsedades difundidas por la historiografía inglesa y
consolidadas hasta época reciente; bien es verdad que desde hace unos pocos
años, varios historiadores ingleses, más objetivos, se han aproximado a la
versión española. La formación marinera del autor se deja ver claramente en
muchos episodios de la obra, especialmente en la explicación de las rutas y
tácticas y en la detallada descripción de muchos de los barcos participantes y
de su armamento. Un aspecto muy interesante es la exposición del proceder y responsabilidades
de los principales agentes de esta historia: Felipe II, El Duque de Medina
Sidonia, Alejandro Farnesio, el Duque de Alba, la reina Isabel, F. Drake…
Ficha de la obra en la Web de la editorial:
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