DÍAZ
SÁNCHEZ, Carlos: “Breve historia de las
batallas de la Antigüedad. Egipto – Grecia – Roma”. Edit. Nowtilus. Madrid,
1917.
Los guerras y los enfrentamientos
armados, casi tan antiguos como la especie humana, fueron muy frecuentes en la
Historia Antigua. A veces, fueron combates para defender el propio territorio,
otras respondieron a las ansias de conquista y expansión, los hubo para lograr la hegemonía del momento
y, en fin, también sangrientas guerras civiles. Es bien conocido que la historia
la escriben los vencedores que basan la legitimación de sus políticas y actos
en la fuerza de las armas. Por ello, el desenlace de alguno de estos conflictos
fue tan trascendental que llegó a cambiar el curso de la historia de algunos
pueblos y civilizaciones. En este ensayo
divulgativo, Carlos Díaz, trata de las batallas más importantes que tuvieron lugar en el Egipto faraónico, Grecia
y Roma, durante casi dos mil años de historia. Analiza los principales
enfrentamientos, deteniéndose, como es lógico, en los que tuvieron mayor
trascendencia, como, por ejemplo, Megido, Qadesh, Guerras Médicas, Guerras del
Peloponeso, Queronea, Granico, Isos, Gaugamela, Guerras Púnicas, Guerra de las
Galias, Guerra Dacia, Actio, Adrianápolis…
Para ayudar a entender estos
conflictos, el autor los enmarca en su contexto histórico, explica sus causas y
sus consecuencias tanto políticas como económicas y sociales y culturales. La
obra ofrece detalles de las más importantes batallas: tropas y su organización,
armamento, tácticas, decisiones de brillantes generales (Ramsés II,
Temístocles, Epaminondas, Alejandro Magno, Aníbal, Publio Cornelio Escipión
Julio César, Octavio, Trajano…por citar algunos), desarrollo, desenlace,
anécdotas…. Acompañan al texto croquis del desarrollo de algunas batallas y
doce mapas que ayudan a situar los acontecimientos en el espacio geográfico.
Hay que agradecer a Carlos Díaz
que haya escrito, de una forma amena y teniendo en cuenta los últimos estudios,
una obra de síntesis actualizada sobre los conflictos armados de la Antigüedad.
La tarea no es fácil.
Como se indica en el título, el libro
tiene tres partes claramente diferenciadas. La primera trata sobre las batallas de Egipto y Próximo Oriente. Durante
muchos años, la actividad militar de la civilización egipcia se limitó a frenar
los intentos de invasión de su territorio. No fue hasta la XVIII dinastía con
Tutmosis III cuando Egipto comenzó a realizar conquistas. Este faraón guerrero
realizó diecisiete campañas militares en Siria-Palestina en tan solo 20 años.
De todas sus batallas, la más importante fue la de Megido,
ciudad que capturó tras siete meses de asedio. Tutmosis III ordenó grabar su
hazaña en los muros del templo de Amón en Karnak, lo que nos permite conocer
los carros y armas empleadas. Tras un período de decadencia militar, Horemheb,
Ramsés I y Seti I decidieron seguir la senda de Turmosis III y restaurar el poder
egipcio en Canaán y Siria. Fue Ramsés II (s. XIII a. C.), un faraón formado
militarmente, el que tras enfrentarse con éxito a los “pueblos del mar”,
decidió hacerlo a los hititas. El más importante de sus triunfos lo obtuvo en
la sangrienta batalla de Qadesh. El faraón hizo
que se diese gran propaganda a esta batalla sobre cuya naturaleza y desenlace
la historiografía actual introduce algunas dudas.
La segunda parte se ocupa de las guerras de la antigua Grecia. En primer lugar las Guerras Médicas que tuvieron su cronista en Heródoto, unos de los considerados “padre de la Historia”. Estas guerras tuvieron su antecedente en la revuelta y enfrentamiento de los jonios contra los persas. El autor describe con detalle la denominada Primera Guerra Médica que comenzó en el 491 a. C.: ultimátum de Darío I a las ciudades griegas continentales, itinerario del gran ejército que el rey persa envió a Grecia y la gran victoria griega en la batalla de Maratón (490 a. C.). Los persas no olvidaron esta derrota así que prepararon otra expedición que dirigió Jerjes I, el sucesor de Darío. Es lo que se conoce como Segunda Guerra Médica. En la obra se describe con cierto detalle la ruta del enorme ejército de Jerjes, la formación de la Liga Helénica para defender el territorio, la batalla de las Termópilas (con la heroica defensa del paso a cargo de un puñado de hombres dirigidos por Leónidas), las acciones del ejército persa arrasando el Ática, Beocia y Tesalia, el refugio de la población de Atenas en las islas de Salamina y Egina, la toma de Atenas por los persas, la increíble victoria de Temístocles sobre la flota persa en la batalla de Salamina (480 a. C.), la batalla de Platea donde la alianza de varias ciudades griegas arrasó al ejército persa (esta fue la última batalla terrestre de esta guerra) y la victoria de la flota griega en la batalla de Micala.
Uno de los doce mapas incluidos en la obra |
Un apartado muy importante ocupan
las Guerras del Peloponeso, enfrentamiento entre
Atenas (con sus ciudades aliadas asociada en la Liga de Delos) y Esparta (con sus ciudades aliadas
encuadradas en la Liga del Peloponeso) por conseguir la hegemonía sobre el
territorio. Otro de los que se pueden considerar “padres de la Historia”,
Tucídides historió estas Guerras en 23 libros, buscando las causas lógicas
dejando de lado la intervención de los dioses. Estas Guerras tuvieron tres fases.
La primera se conoce como Guerra Arquidámica (432-429
a. C.) que en un primer momento fue favorable a la Atenas de Pericles, pero que
a la muerte de éste la inestabilidad política de Atenas (además de la epidemia
de peste) acabaron inclinando la balanza del lado de Esparta. Finalizó con la
Paz de Nicias (421 a. C.). La segunda fase es la de la
expedición a Sicilia. Ante la expansión de Siracusa, los embajadores de
Sicilia pidieron ayuda a Atenas, ésta envió una gran fuerza. Acabó con un gran
desastre para Atenas. La tercera fase se conoce también como Guerra de Decelia. Esparta tomó esta ciudad cercana
a Atenas que, además, vio se sublevaban
muchas ciudades de su órbita. La crisis política que se desató en Atenas acabó
con el sistema democrático. La guerra continuó, a pesar de algunos éxitos
atenienses (como la batalla de las Arginusas), Esparta hizo capitular a la
ciudad de Atenas y, con la ayuda de los persas, obtuvo una gran victoria naval
en la batalla de Egospótamos (405 a. C.). Esparta se convirtió en la polis
hegemónica del mundo griego.
El autor dedica un capítulo al auge de Tebas que, tras vencer a Esparta (batalla de
Leuctra, 371 a. C.), impuso su hegemonía en Grecia central. Epaminondas fue el
gran líder de este auge tebano, su muerte sumió a Tebas en una crisis de la que
no pudo salir. La Mecedonia de Filipo II iba a tomar el relevo. Tras la
conquista de varios territorios, Filipo venció a una coalición de griegos en la
batalla de Queronea (338 a. C.). Fue el fin de la Grecia clásica.
Tras el asesinato de Filipo II,
se hizo cargo del poder su joven hijo Alejandro.
A la construcción de su imperio dedica Carlos Díaz el capítulo seis de este
ensayo. Los éxitos de las falanges macedónicas iban a contribuir a la leyenda
de Alejandro. Después de ser reconocido como dueño de Grecia, Alejandro comenzó
su campaña contra la Persia de Darío III
cosechando grandes éxitos: Gránico (334 a. C.), Isos (333 a. C.), toma de Damasco y Tiro,
control de Egipto (fundación de Alenadría), Gaugamela (331 a. C.), conquistas de
Babilonia, Persépolis, Susa… La victoria sobre el imperio persa fue total.
Posteriormente, Alejandro inició su campaña en la India.
La tercera parte de la obra está
dedicada a Roma. Desde el mismo momento de la fundación de la ciudad comenzaron
los enfrentamientos, primero internos (Rómulo
contra Remo) y luego con las ciudades y pueblos vecinos:
con los sabinos (rapto de las sabinas), Alba Longa, los etruscos, volscos… Con la
república, proclamada tras el fin de la monarquía, se iba a continuar el
enfrentamiento con los etruscos hasta la definitiva caída de Veyes y se iba a
dar un paso más hacia la conquista de la Península
Itálica: prolongadas guerras contra los samnitas y enfrentamiento con
los griegos de la Magna Grecia.
El siguiente objetivo de la
República iba a ser el control del Mediterráneo donde se iba a encontrar con
Cartago. El autor va a describir con detalle el enfrentamiento de estos dos
pueblos: son las conocidas como Guerras Púnicas. El “casus belli” de la Primera Guerra Púnica fue la solicitud de ayuda
cursada a Roma por mercenarios Mamertinos de la ciudad de Mesana en el
año 264 a. C. ante el ataque de Siracusa. Durante el conflicto, los romanos
supieron neutralizar la superioridad naval de Cartago. La guerra tuvo muchas
alternativas: éxitos de Cartago (batallas navales de Lípari y Drepana) y de
Roma (batalla naval del cabo Ecnomo, desembarco en suelo africano, triunfo en
el combate en los montes cerca de Adis, batalla de las Islas Egadas). La Guerra
acabó con el Tratado de Lutacio (241 a. C.) por el que los cartagineses se
comprometieron a abandonar Sicilia.
Tras la guerra, Cartago envió a
Amílcar Barca a la Península Ibérica donde sometieron a varios pueblos del sur.
A Amílcar le sucedió su yerno Asdrúbal que firmó con los romanos el Pacto del
Ebro para delimitar las zonas de influencia de ambos pueblos. En el 219 a. C.
Anibal, sucesor de Asdrúbal, puso sitio y tomó Sagunto, aliado de Roma. Es el
inicio de la Segunda Guerra Púnica. Aníbal se
dirigió a Italia, cruzó sorpresivamente los Alpes y obtuvo unas sonadas
victorias sobre los romanos: Trebia en el 218 a. C., Trasimeno (217 a. C.) y
Cannas al año siguiente (gran victoria que Aníbal no supo aprovecha para atacar
la ciudad de Roma). La situación de Aníbal en Italia se fue volviendo cada vez
más difícil, su única esperanza era la llegada de refuerzos desde Hispania. Su
hermano Asdrúbal pasó los Alpes, pero fue derrotado (y muerto) en la batalla
del río Metauro (207 a. C.). Roma envió a Publio Cornelio Escipión a la
Península Ibérica, tomó Cartago Nova y venció a los cartagineses en Baecula e
ilipa, esta última batalla significó el fin de la presencia cartaginesa en la
Península. Finalmente, Escipión desembarcó en África donde obtuvo un gran
triunfo sobre Aníbal en Zama (202 a. C.). Aún tuvo Cartago un cierto renacer
que despertó los recelos romanos, así que decidieron acabar definitivamente con
la ciudad. Cartago fue tomada, arrasada hasta los cimientos y pasado el arado
por su solar (146 a. C.).
El capítulo 9 comienza analizando
la Guerra de Yugurta, pero en su mayor parte está dedicado a las guerras
instestinales que marcaron el inicio del fin de la República, especialmente el enfrentamiento entre Mario y Sila que, tras muchas
alternativas acabó con el triunfo de Sila que se proclamó dictador.
En el capítulo 10 se estudian la rebelión de Sertorio contra Sila en Hispania y su
derrota a manos de Pompeyo y el levantamiento de los
esclavos dirigidos por Espartaco que acabó derrotado en la Batalla del
río Silario. La mayor parte de este aparatado está dedicado a los éxitos y auge de la figura de Julio César: guerra contra los Helvecios (triunfo en
la Batalla de Bibracte), campaña contra los suevos en las Galias, campaña
contra los belgas (triunfo en la Batalla del río Axona) y, especialmente, la
Guerra de las Galias que acabó con la derrota y captura de Vercingetorix,
caudillo de los pueblos galos. César también se vio envuelto en un conflicto
civil de hondas repercusiones para Roma: la guerra contra Pompeyo y sus
seguidores. Este conflicto, que tuvo muchos escenarios, acabó con la rendición
en los pompeyanos en la batalla de Farsalia (48 a. C.).
El asesinato de César llevó al
poder a Octavio quien, tras acabar con su rival Marco Antonio en
la batalla naval de Actio (31 a. C.), acumuló el suficiente poder para
proclamarse Augusto, el primer emperador de Roma. El autor analiza algunos de
los hechos bélicos más relevantes del Imperio: la conquista del norte de
Hispania, el desastre del romano Varo en el bosque de Teutoburgo ante las
tribus germanas (gran humillación la pérdida de las insignias de tres
legiones), la venganza romana conseguida por Germánico, las dos Guerras Dacias
con los éxitos de Domiciano y Trajano (reflejados en la columna Trajana de
Roma) que acabaron haciendo de Dacia una provincia romana.
Cierra la obra un capítulo
dedicado a la descomposición del Imperio que no pudo contener el empuje de los
pueblos bárbaros. Explica con detalle la derrota imperial en la Batalla de Adrianápolis (año 378) contra los
visigódos. El Imperio romano nunca se repuso de Adrianápolis.
La obra en la Web de la
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