BECKERT, S.: “El
imperio del algodón. Una historia global”. Edit. Crítica. Barcelona, 2016.
Se ha escrito mucho
sobre algunos de los aspectos que se abordan en esta obra, como por ejemplo el papel del algodón en la primera
industrialización o la explotación de la mano de obra tanto en las plantaciones
de algodón del Sur de los Estados Unidos (esclavitud) como en las fábricas
europeas por citar un par de ellos; pero hacía falta un estudio como el del profesor
Sven Beckert: una historia global del imperio del algodón que, por otra parte,
ejemplifica de alguna manera la historia del propio capitalismo. En este
extenso y documentado trabajo, se trata de explicar y relacionar los elementos
humanos y materiales que han ido conformando la historia del algodón: su
cultivo, la necesidad de mano de obra abundante (explotada y coaccionada muchas
veces), la evolución de las técnicas de fabricación del hilo y el tejido y su
revolución desde el siglo XVIII, el papel de los plantadores, manufactureros y
comerciantes, la construcción de un mercado global, el apoyo del Estado, etc.
El autor ha manejado infinidad de fuentes primarias y secundarias para llegar a
explicar la interrelacionan de estos factores.
En la obra se
explican muchos de los procesos de la historia del algodón. Sin ánimo de ser
exhaustivo, voy a detenerme brevemente en algunos.
Como no podía ser de
otra manera, el profesor Beckert comienza su obra explicando la aparición del
algodón en la Historia, sus primeros cultivos que ciertamente son muy antiguos.
Para muchos europeos es como si el algodón hubiera aparecido en el s. XVIII y,
sin embargo, se comenzó a cultivar, con métodos tradicionales y conviviendo con
otros cultivos dedicados a la alimentación, hace unos 5000 años en diversos
lugares que ofrecían condiciones climáticas para su cultivo: Subcontinente
Indio, actuales estados de México, Egipto, Perú, etc.
Antes de la
Revolución Industrial, India estaba a la cabeza de la producción textil
algodonera y sus telas de algodón dominaban el mercado; le seguía en
importancia China gracias a la gran expansión algodonera durante la dinastía
Ming (1368-1644). Hay talleres importantes en otros lugares como el Imperio
Otomano (en torno a la ciudad de Tokat) o en México. Manufacturas esencialmente
domésticas, elaboradas con pequeños telares y con una técnica que evoluciona
muy poco. A pesar de los deficientes sistemas de transporte, las telas
fabricadas en estos telares llegaron a lugares alejados cientos de kms. En
estos momentos, Europa estaba al margen del cultivo y procesado del algodón.
Los primeros cultivos llegaron con la expansión del Islam (España, Sicilia…)y,
fuera del ámbito islámico tuvo un cierto eco en el norte de Italia y sur de lo
que hoy es Alemania. Pero no fueron muy significativos, en 1600, la mayoría de
los europeos vestía con lana y lino.
Como señala el
profesor Beckert, las cosas iban a comenzar a cambiar desde fines del s. XV con
la apertura de las rutas comerciales de Europa con la India y otros lugares de
Asia: los productos de algodón asiático llegan a Europa. En 1602, los ingleses
fundaban la Compañía Británica de las Indias Orientales a la que siguieron
otras parecidas creadas en Holanda, Dinamarca o Francia. Estas Compañías traen
productos de algodón asiáticos a Europa y tratan de intensificar su cultivo en
aquellos lugares. Las potencias europeas, en su intento por dominar los espacios
productores y los mercados de algodón, no dudaron en poner en marcha lo que el
profesor Beckert denomina “capitalismo de
guerra” basado en la expropiación de
tierras, la presión sobre la mano de obra y el expolio de recursos. Este capitalismo
de guerra fue la base para el desarrollo del capitalismo industrial y sentó las
bases para el desarrollo de la industria algodonera europea, tuvo un potencial
transformador sin precedentes.
Las importaciones de
tejidos desde la India, irónicamente, iban a espolear a la industria europea.
Los productores de lana y lino pidieron que se les protegiera frente a estas
importaciones. La prohibición inglesa de importar estampados y de vender artículos de algodón en Inglaterra
que no estuvieran hilados y tejidos en el país (1774) espoleó las manufacturas
locales.
Con la revolución
industrial iba a llegar el dominio de Europa sobre la producción y
comercialización de tejidos de algodón. La Revolución iba a llegar en un
inesperado lugar, un tranquilo valle en el entorno de Manchester. Varios
factores posibilitaros esta revolución cuyas bases se habían ido asentando en
los dos siglos anteriores: inventos sencillos pero determinantes (Kay,
Hargreaves, Arkwright, Crompton), renovación energética (la energía humana fue
sustituida primero por la hidráulica y luego por el vapor), existencia de
capital (que en muchos casos procedía del capitalismo de guerra) y burgueses
que decidieran invertirlo, cohesión del mercado interno, mano de obra
abundante, apoyo del Estado, etc. La productividad aumentó enormemente y los
tejidos de algodón ingleses inundaron los mercados mundiales: en Inglaterra, en
1770, las manufacturas de algodón representaban un 2,6 del valor añadido del
conjunto de la economía, que era el 17 % en 1801 y el 22,4 % en 1831 y casi dos
tercios se dedican a la exportación. La industria del algodón fue la “punta de
lanza” de todo este proceso industrializador. Europa (más bien Inglaterra)
desplazó a Asia.
Un lugar destacado
en la obra ocupan los trabajadores de las fábricas industriales, los nuevos
lugares de producción del algodón que van a acabar con los tejedores
domésticos. Muchos de los trabajadores de las nuevas fábricas acuden a ellas
expulsados del campo (enclosures). Trabajan, a un ritmo marcado por las
máquinas, en unas condiciones deplorables, en fábricas insalubres, con unas
jornadas muy largas (normal 14 horas), unos salarios de miseria (que les dan
para malcomer y vivir hacinados) y sometidos a unos reglamentes abusivos. Y,
además, amenazados de despido gracias a la introducción de nuevas máquinas. Destacando
la enorme lacra de la explotación del trabajo femenino e infantil (en 1833, un
36 % de los obreros de Lancashire tenían menos de 16 años), mano de obra mucho
más barata. El marco legal que permite esta situación, de sometimiento de los
obreros a los manufactureros, fue consagrado por el Estado. Con este panorama,
los obreros británicos no pudieron asociar la palabra progreso con su situación
personal. Así que, con el tiempo, se organizaron en asociaciones y sindicatos y
se movilizaron.
El libro dedica su
espacio a los nuevos personajes aparecieron en este contexto europeo: los
manufactureros que presionaban al Estado para que facilitase y apoyase sus
negocios, los comerciantes y factores que fueron los encargados de abrir el
mercado mundial. Los comerciantes de Liverpool consiguieron monopolizar el
comercio del algodón en una medida pocas veces lograda con un producto de grandes
volúmenes de comercio. Se formaron potentes Cámaras de Comercio o instituciones
similares en Liverpoool, Manchester, Bombay, El Havre…
Seguidamente, la
obra se va a ocupar de cómo la mayor demanda de productos textiles de algodón
exigió cultivar más algodón y de forma más especializada. Antes del s. XVIII no
hay casos de monocultivo algodonero. Debido a la imposibilidad de importar más
algodón del Imperio Otomano o la India, los europeos pusieron sus ojos en el
Caribe que producía algodón con mano de obra esclava. También se buscó en
algunos lugares de Sudamérica como Brasil o la Guayana. Era necesario más
algodón en rama y aquí entró en escena el sur de los Estados Unidos donde había
tierras muy adecuadas para el cultivo que, en muchos casos, se expropiaron a
las tribus indias. Hacía falta abundante mano de obra, la solución se halló en
la explotación a gran escala de la mano de obra esclava. Así pues, hay una
fuerte relación entre desarrollo industrial de las manufacturas británicas y
las plantaciones esclavistas de Norteamérica. Cientos de miles de esclavos,
cuya situación legal avala el Estado, que hay que “importar” de África y mantener bajo control con métodos nada
humanos. Los fabricantes europeos eran conscientes de la inestabilidad del
sistema esclavista y comenzaron a pensar que era necesario diversificar sus
fuentes de abastecimiento. Trataron de potenciar, con desigual éxito, los
cultivos algodoneros en India (granjas experimentales), África, Australia,
Egipto o Brasil.
Explica también el
profesor Beckert cómo el éxito inglés, hizo que, en la primera mitad del s.
XIX, comenzaran a extenderse las factorías algodoneras por México, valle del
Wiese alemán, Bélgica, Rouen, Cataluña, Sajonia, Suiza, Lombardía, algunos
lugares de Rusia. A pesar de ello, en 1860, Gran Bretaña controla el 67,4 % de
los husos mecánicos. Y esta ofensiva de tejidos ingleses es la que va a
dificultar la expansión de manufacturas en lugares como la India. Más adelante,
Gandhi no iba a dejar de señalar el devastador efecto que la irrupción masiva
de mercancías inglesas tuvo sobre las manufacturas textiles indias, muchas de
las cuales desaparecieron.
Lo que temían
algunos manufactureros europeos llegó el 12 de abril de 1861, ese día estalló
la Guerra de Secesión Norteamericana. En este momento el algodón era el 61 % de
las exportaciones de Estados Unidos y el principal abastecedor de las
manufacturas europeas. Era el previsible desenlace de la convivencia de dos
economías en un mismo estado: del capitalismo industrial del Norte con el
capitalismo de guerra del Sur. Muchas fábricas europeas tuvieron que cerrar o
disminuir su actividad y, con ello, llegó el paro (en 1863, una cuarta parte de
los trabajadores de Lancashire estaban en paro). Hubo que buscar nuevas fuentes
de abastecimiento de algodón en rama. La India volvió a primer plano de la
escena, en 1862 el 75 % del algodón
llegado a Inglaterra y el 70 % del llegado a Francia proviene de la campiña
india. También aumentó la producción del delta del Nilo, Brasil y en otras
zonas en Argelia, México, Argentina China, Asia Central, África Occidental…
Posteriormente, el
autor analiza la nueva situación al acabar la Guerra. ¿Volvería la producción
del algodón en estas tierras a ser lo que fue o nunca sería capaz de recuperarse?
Cuatro millones de esclavos obtuvieron la libertad, muchos abandonaron las
granjas sin un destino muy claro. Los plantadores del Sur querían instaurar un
sistema parecido a la esclavitud, pero sin esclavos, había que lograr que los
manumitidos trabajasen a cambio de un salario, pero con movilidad muy
restringida. La política de reconstrucción
del presidente Johnson pareció complacer a los plantadores. Desde 1867
hubo una reacción contra esta política tan permisiva y se tuvo que implantar un
nuevo sistema de cultivo: el régimen de aparcería que suponía la división de
las explotaciones en parcelas cuyos cultivadores (los libertos) debían aportar
al propietario una cantidad de la cosecha. Es una mejora para los libertos,
pero (¡siempre hay un pero para los trabajadores!) deben pedir dinero prestado,
a altos interés, para pagar aperos y
semillas y no siempre pueden saldar sus deudas. De todas formas, en 1870, la producción
algodonera norteamericana había superado el pico máximo de 1860.
En el último cuarto
del s. XIX, superada la gran crisis general de 1873, el cultivo del algodón se
expandió por la India (el transporte se abarató mucho tras la apertura del
Canal de Suez), Egipto (con gran apoyo del Estado), Imperio Otomano, Australia
(con capital británico), Brasil, Argentina, Corea (impulsado por los japoneses,
los nuevos dominadores de la Península, para abastecer las factorías surgidas
en torno a Osaka), Togo (gran empeño de los alemanes con no mucho éxito), Centro
de Asia (por cuyas tierras se estaba expandiendo Rusia), nuevas tierras en el
Oeste norteamericano y las colonias de las potencias imperiales europeas. En
todos los casos los problemas más importantes fueron la falta de infraestructuras y el conseguir mano de obra.
En algunos lugares se emplearon sistemas de coacción sobre la mano de obra,
pero lo más generalizado fue la extensión de los sistemas de aparcería
similares a los instaurados en el Sur de los estados Unidos.
La última cuestión
que aborda el libro es lo que el autor denomina “la reaparición del Sur”. Las manufacturas de algodón experimentan
un gran desarrollo en países en los que
los costes laborales son mucho menores: Japón (gran ayuda del estado), India,
China (con el coste laboral más bajo del mundo), Brasil, México, Egipto (un
poco más tarde), etc. Se estaban dando los primeros pasos para poner fin al
imperio europeo del algodón que se hizo realidad en los años 60 del s. XX. A
fines de los años 60 el Reino Unido movía solo el 2,8 % de las exportaciones
mundiales de algodón y en sus fábricas trabajaban 30.000 obreros (lo habían
hecho hasta 600.000). Asia, cerrando el círculo, volvía al primer plano, tanto
en la producción de tejidos (China proporciona a Estados Unidos el 40 % de la
ropa que consume) como en el cultivo de algodón que en 2012 se distribuía así: China
29 %, India 21 %, Pakistán 8%, Brasil 5%, Uzbekistán 4%, Australia 4%...
Estados Unidos 14 % (sus 25.000 agricultores necesitan de subsidios federales
para sobrevivir).
Y la explotación
económica y humana siempre planeando por este mundo del algodón. En el libro se
detallan diferentes formas de coacción empleadas a lo largo de la historia
sobre la mano de obra, destacando especialmente la esclavitud (en el Caribe y
sur de los Estados Unidos) y las penurias de los obreros de las fábricas en las
primeras décadas de la industrialización. Explotación que aún subsiste, baste
como ejemplos las formas de trabajo y salarios en manufacturas de países como
India o China o la obligación que tienen los niños de Uzbekistán de trabajar en
la recolección del algodón.
Apoyan el texto una
extensas notas situadas al final del mismo (ocupan 177 páginas), un detallado índice
analítico, mapas y una buena colección de gráficas sobre cultivo, producción y
comercio del algodón.
Para finalizar, una
valoración global. Como he apuntado, faltaba una historia global del imperio
del algodón y, más concretamente, una como ésta: exhaustiva, globalizadora,
bien documentada y, a la vez, ágil y amena. Libro muy recomendable.
Ficha del libro en
la Web de la Editorial:
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