sábado, 12 de marzo de 2016

UN INTERESANTE Y DOCUMENTADO LIBRO "EL IMPERIO DEL ALGODÓN, UNA HISTORIA GLOBAL"



BECKERT, S.: “El imperio del algodón. Una historia global”. Edit. Crítica. Barcelona, 2016.

Se ha escrito mucho sobre algunos de los aspectos que se abordan en esta obra, como por ejemplo el  papel del algodón en la primera industrialización o la explotación de la mano de obra tanto en las plantaciones de algodón del Sur de los Estados Unidos (esclavitud) como en las fábricas europeas por citar un par de ellos; pero hacía falta un estudio como el del profesor Sven Beckert: una historia global del imperio del algodón que, por otra parte, ejemplifica de alguna manera la historia del propio capitalismo. En este extenso y documentado trabajo, se trata de explicar y relacionar los elementos humanos y materiales que han ido conformando la historia del algodón: su cultivo, la necesidad de mano de obra abundante (explotada y coaccionada muchas veces), la evolución de las técnicas de fabricación del hilo y el tejido y su revolución desde el siglo XVIII, el papel de los plantadores, manufactureros y comerciantes, la construcción de un mercado global, el apoyo del Estado, etc. El autor ha manejado infinidad de fuentes primarias y secundarias para llegar a explicar la interrelacionan de estos factores.

En la obra se explican muchos de los procesos de la historia del algodón. Sin ánimo de ser exhaustivo, voy a detenerme brevemente en algunos.

Como no podía ser de otra manera, el profesor Beckert comienza su obra explicando la aparición del algodón en la Historia, sus primeros cultivos que ciertamente son muy antiguos. Para muchos europeos es como si el algodón hubiera aparecido en el s. XVIII y, sin embargo, se comenzó a cultivar, con métodos tradicionales y conviviendo con otros cultivos dedicados a la alimentación, hace unos 5000 años en diversos lugares que ofrecían condiciones climáticas para su cultivo: Subcontinente Indio, actuales estados de México, Egipto, Perú, etc.

Antes de la Revolución Industrial, India estaba a la cabeza de la producción textil algodonera y sus telas de algodón dominaban el mercado; le seguía en importancia China gracias a la gran expansión algodonera durante la dinastía Ming (1368-1644). Hay talleres importantes en otros lugares como el Imperio Otomano (en torno a la ciudad de Tokat) o en México. Manufacturas esencialmente domésticas, elaboradas con pequeños telares y con una técnica que evoluciona muy poco. A pesar de los deficientes sistemas de transporte, las telas fabricadas en estos telares llegaron a lugares alejados cientos de kms. En estos momentos, Europa estaba al margen del cultivo y procesado del algodón. Los primeros cultivos llegaron con la expansión del Islam (España, Sicilia…)y, fuera del ámbito islámico tuvo un cierto eco en el norte de Italia y sur de lo que hoy es Alemania. Pero no fueron muy significativos, en 1600, la mayoría de los europeos vestía con lana y lino.

Como señala el profesor Beckert, las cosas iban a comenzar a cambiar desde fines del s. XV con la apertura de las rutas comerciales de Europa con la India y otros lugares de Asia: los productos de algodón asiático llegan a Europa. En 1602, los ingleses fundaban la Compañía Británica de las Indias Orientales a la que siguieron otras parecidas creadas en Holanda, Dinamarca o Francia. Estas Compañías traen productos de algodón asiáticos a Europa y tratan de intensificar su cultivo en aquellos lugares. Las potencias europeas, en su intento por dominar los espacios productores y los mercados de algodón, no dudaron en poner en marcha lo que el profesor Beckert denomina “capitalismo de guerra”  basado en la expropiación de tierras, la presión sobre la mano de obra y el expolio de recursos. Este capitalismo de guerra fue la base para el desarrollo del capitalismo industrial y sentó las bases para el desarrollo de la industria algodonera europea, tuvo un potencial transformador sin precedentes.
Las importaciones de tejidos desde la India, irónicamente, iban a espolear a la industria europea. Los productores de lana y lino pidieron que se les protegiera frente a estas importaciones. La prohibición inglesa de importar estampados y  de vender artículos de algodón en Inglaterra que no estuvieran hilados y tejidos en el país (1774) espoleó las manufacturas locales.

Con la revolución industrial iba a llegar el dominio de Europa sobre la producción y comercialización de tejidos de algodón. La Revolución iba a llegar en un inesperado lugar, un tranquilo valle en el entorno de Manchester. Varios factores posibilitaros esta revolución cuyas bases se habían ido asentando en los dos siglos anteriores: inventos sencillos pero determinantes (Kay, Hargreaves, Arkwright, Crompton), renovación energética (la energía humana fue sustituida primero por la hidráulica y luego por el vapor), existencia de capital (que en muchos casos procedía del capitalismo de guerra) y burgueses que decidieran invertirlo, cohesión del mercado interno, mano de obra abundante, apoyo del Estado, etc. La productividad aumentó enormemente y los tejidos de algodón ingleses inundaron los mercados mundiales: en Inglaterra, en 1770, las manufacturas de algodón representaban un 2,6 del valor añadido del conjunto de la economía, que era el 17 % en 1801 y el 22,4 % en 1831 y casi dos tercios se dedican a la exportación. La industria del algodón fue la “punta de lanza” de todo este proceso industrializador. Europa (más bien Inglaterra) desplazó a Asia.

Un lugar destacado en la obra ocupan los trabajadores de las fábricas industriales, los nuevos lugares de producción del algodón que van a acabar con los tejedores domésticos. Muchos de los trabajadores de las nuevas fábricas acuden a ellas expulsados del campo (enclosures). Trabajan, a un ritmo marcado por las máquinas, en unas condiciones deplorables, en fábricas insalubres, con unas jornadas muy largas (normal 14 horas), unos salarios de miseria (que les dan para malcomer y vivir hacinados) y sometidos a unos reglamentes abusivos. Y, además, amenazados de despido gracias a la introducción de nuevas máquinas. Destacando la enorme lacra de la explotación del trabajo femenino e infantil (en 1833, un 36 % de los obreros de Lancashire tenían menos de 16 años), mano de obra mucho más barata. El marco legal que permite esta situación, de sometimiento de los obreros a los manufactureros, fue consagrado por el Estado. Con este panorama, los obreros británicos no pudieron asociar la palabra progreso con su situación personal. Así que, con el tiempo, se organizaron en asociaciones y sindicatos y se movilizaron.

El libro dedica su espacio a los nuevos personajes aparecieron en este contexto europeo: los manufactureros que presionaban al Estado para que facilitase y apoyase sus negocios, los comerciantes y factores que fueron los encargados de abrir el mercado mundial. Los comerciantes de Liverpool consiguieron monopolizar el comercio del algodón en una medida pocas veces lograda con un producto de grandes volúmenes de comercio. Se formaron potentes Cámaras de Comercio o instituciones similares en Liverpoool, Manchester, Bombay, El Havre…

Seguidamente, la obra se va a ocupar de cómo la mayor demanda de productos textiles de algodón exigió cultivar más algodón y de forma más especializada. Antes del s. XVIII no hay casos de monocultivo algodonero. Debido a la imposibilidad de importar más algodón del Imperio Otomano o la India, los europeos pusieron sus ojos en el Caribe que producía algodón con mano de obra esclava. También se buscó en algunos lugares de Sudamérica como Brasil o la Guayana. Era necesario más algodón en rama y aquí entró en escena el sur de los Estados Unidos donde había tierras muy adecuadas para el cultivo que, en muchos casos, se expropiaron a las tribus indias. Hacía falta abundante mano de obra, la solución se halló en la explotación a gran escala de la mano de obra esclava. Así pues, hay una fuerte relación entre desarrollo industrial de las manufacturas británicas y las plantaciones esclavistas de Norteamérica. Cientos de miles de esclavos, cuya situación legal avala el Estado, que hay que “importar” de África y mantener bajo control con métodos nada humanos. Los fabricantes europeos eran conscientes de la inestabilidad del sistema esclavista y comenzaron a pensar que era necesario diversificar sus fuentes de abastecimiento. Trataron de potenciar, con desigual éxito, los cultivos algodoneros en India (granjas experimentales), África, Australia, Egipto o Brasil.

Explica también el profesor Beckert cómo el éxito inglés, hizo que, en la primera mitad del s. XIX, comenzaran a extenderse las factorías algodoneras por México, valle del Wiese alemán, Bélgica, Rouen, Cataluña, Sajonia, Suiza, Lombardía, algunos lugares de Rusia. A pesar de ello, en 1860, Gran Bretaña controla el 67,4 % de los husos mecánicos. Y esta ofensiva de tejidos ingleses es la que va a dificultar la expansión de manufacturas en lugares como la India. Más adelante, Gandhi no iba a dejar de señalar el devastador efecto que la irrupción masiva de mercancías inglesas tuvo sobre las manufacturas textiles indias, muchas de las cuales desaparecieron.

Lo que temían algunos manufactureros europeos llegó el 12 de abril de 1861, ese día estalló la Guerra de Secesión Norteamericana. En este momento el algodón era el 61 % de las exportaciones de Estados Unidos y el principal abastecedor de las manufacturas europeas. Era el previsible desenlace de la convivencia de dos economías en un mismo estado: del capitalismo industrial del Norte con el capitalismo de guerra del Sur. Muchas fábricas europeas tuvieron que cerrar o disminuir su actividad y, con ello, llegó el paro (en 1863, una cuarta parte de los trabajadores de Lancashire estaban en paro). Hubo que buscar nuevas fuentes de abastecimiento de algodón en rama. La India volvió a primer plano de la escena, en 1862 el  75 % del algodón llegado a Inglaterra y el 70 % del llegado a Francia proviene de la campiña india. También aumentó la producción del delta del Nilo, Brasil y en otras zonas en Argelia, México, Argentina China, Asia Central, África Occidental…

Posteriormente, el autor analiza la nueva situación al acabar la Guerra. ¿Volvería la producción del algodón en estas tierras a ser lo que fue o nunca sería capaz de recuperarse? Cuatro millones de esclavos obtuvieron la libertad, muchos abandonaron las granjas sin un destino muy claro. Los plantadores del Sur querían instaurar un sistema parecido a la esclavitud, pero sin esclavos, había que lograr que los manumitidos trabajasen a cambio de un salario, pero con movilidad muy restringida. La política de reconstrucción  del presidente Johnson pareció complacer a los plantadores. Desde 1867 hubo una reacción contra esta política tan permisiva y se tuvo que implantar un nuevo sistema de cultivo: el régimen de aparcería que suponía la división de las explotaciones en parcelas cuyos cultivadores (los libertos) debían aportar al propietario una cantidad de la cosecha. Es una mejora para los libertos, pero (¡siempre hay un pero para los trabajadores!) deben pedir dinero prestado, a altos interés,  para pagar aperos y semillas y no siempre pueden saldar sus deudas.  De todas formas, en 1870, la producción algodonera norteamericana había superado el pico máximo de 1860.

En el último cuarto del s. XIX, superada la gran crisis general de 1873, el cultivo del algodón se expandió por la India (el transporte se abarató mucho tras la apertura del Canal de Suez), Egipto (con gran apoyo del Estado), Imperio Otomano, Australia (con capital británico), Brasil, Argentina, Corea (impulsado por los japoneses, los nuevos dominadores de la Península, para abastecer las factorías surgidas en torno a Osaka), Togo (gran empeño de los alemanes con no mucho éxito), Centro de Asia (por cuyas tierras se estaba expandiendo Rusia), nuevas tierras en el Oeste norteamericano y las colonias de las potencias imperiales europeas. En todos los casos los problemas más importantes fueron la falta de  infraestructuras y el conseguir mano de obra. En algunos lugares se emplearon sistemas de coacción sobre la mano de obra, pero lo más generalizado fue la extensión de los sistemas de aparcería similares a los instaurados en el Sur de los estados Unidos.

La última cuestión que aborda el libro es lo que el autor denomina “la reaparición del Sur”. Las manufacturas de algodón experimentan un gran desarrollo en  países en los que los costes laborales son mucho menores: Japón (gran ayuda del estado), India, China (con el coste laboral más bajo del mundo), Brasil, México, Egipto (un poco más tarde), etc. Se estaban dando los primeros pasos para poner fin al imperio europeo del algodón que se hizo realidad en los años 60 del s. XX. A fines de los años 60 el Reino Unido movía solo el 2,8 % de las exportaciones mundiales de algodón y en sus fábricas trabajaban 30.000 obreros (lo habían hecho hasta 600.000). Asia, cerrando el círculo, volvía al primer plano, tanto en la producción de tejidos (China proporciona a Estados Unidos el 40 % de la ropa que consume) como en el cultivo de algodón que en 2012 se distribuía así: China 29 %, India 21 %, Pakistán 8%, Brasil 5%, Uzbekistán 4%, Australia 4%... Estados Unidos 14 % (sus 25.000 agricultores necesitan de subsidios federales para sobrevivir).

Y la explotación económica y humana siempre planeando por este mundo del algodón. En el libro se detallan diferentes formas de coacción empleadas a lo largo de la historia sobre la mano de obra, destacando especialmente la esclavitud (en el Caribe y sur de los Estados Unidos) y las penurias de los obreros de las fábricas en las primeras décadas de la industrialización. Explotación que aún subsiste, baste como ejemplos las formas de trabajo y salarios en manufacturas de países como India o China o la obligación que tienen los niños de Uzbekistán de trabajar en la recolección del algodón.

Apoyan el texto una extensas notas situadas al final del mismo (ocupan 177 páginas), un detallado índice analítico, mapas y una buena colección de gráficas sobre cultivo, producción y comercio del algodón.

Para finalizar, una valoración global. Como he apuntado, faltaba una historia global del imperio del algodón y, más concretamente, una como ésta: exhaustiva, globalizadora, bien documentada y, a la vez, ágil y amena. Libro muy recomendable.


Ficha del libro en la Web de la Editorial: 


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