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jueves, 6 de febrero de 2020

RESEÑA DE "VIAJERAS POR EL LEJANO ORIENTE (1847-1910)", DE PILAR TEJERA


TEJERA, P. Viajeras por el lejano Oriente (1847-1910). Madrid: Ediciones Casiopea, 2019.

Los intercambios comerciales de los países occidentales con Extremo Oriente crecieron mucho durante el s. XIX, especialmente desde que, por medio de “tratados desiguales”, obligaron a abrirse al tráfico a China (Guerras del Opio) y Japón (comodoro Perry). La mayoría de las potencias coloniales intentaron estar presentes y dominar estos espacios,  empleando en ocasiones la fuerza. El dominio colonial hizo que fueran frecuentes los viajes de gobernantes, funcionarios, diplomáticos, militares, agentes comerciales, misioneros, etc. Sus testimonios, las imágenes que ofrecían las novedosas fotografías de las últimas décadas del XIX, las noticias de prensa, los libros y relatos, los fascinantes productos orientales como la seda o la cerámica… despertaron la curiosidad por conocer aquellas tierras, sus gentes, su cultura y su arte. Los nuevos medios de transporte iban a facilitar los viajes y a hacerlos más cortos y relativamente más cómodos.


Viajes que, en la mentalidad de la época, parecían reservados a los hombres. Respecto a las mujeres, era común compartir el pensamiento del editor de guías de viajes K. Baedeker “Una dama no debería jamás desplazarse sin acompañante a un lugar recóndito” o el del político conservador inglés Lord Curzon “su sexo y su entendimiento las hacen ineptas para la exploración y este tipo de trotamundos femenino es uno de los mayores horrores de este fin de siglo XIX”. Afortunadamente, muchas mujeres trataron de demostrar lo equivocado de estas opiniones y, haciendo realidad sus sueños, desafiaron a una sociedad machista y se aventuraron por India y tierras del Extremo Oriente asiático, incluso por muchos de sus espacios ignotos, generalmente poco seguros. Mujeres, preferentemente de clase media, que afrontaron con determinación las inclemencias de climas ecuatoriales y tropicales, las amenazas para la salud (enfermedades como la malaria, falta de higiene…), la aversión al extranjero de algunos autóctonos, la impredecible reacción de algunas tribus, los peligros propios de los viajes, la incomunicación… Hay que agradecer que la mayoría de ellas decidieran compartir y dejar para la posteridad testimonio de sus aventuras y vivencias en escritos (descriptivos, científicos o autobiográficos) y documentos gráficos (fotografías, acuarelas).


Algunas viajaron acompañando a sus esposos diplomáticos, militares o comerciantes como por ejemplo Annie Brassey, Catherine de Bourboulon, Mary Crawford Fraser, Charlotte Canning, Alice Ellen Neve… pero supieron aprovechar su estancia para explorar y conocer su entorno dejando abundantes testimonios de sus viajes como Charlotte Canning de su viaje al Tibet, Annie Brassey o Alice Ellen Neve de sus viajes a lo largo del río Yangtsé. Otras se lanzaron a la aventura en solitario como Constance Gordon Cumming, una brillante acuarelista que estuvo cincuenta años recorriendo el mundo interesándose por la geografía y la cultura de las zonas que visitaba o la científica Marie Stopes que se desplazó a Japón para investigar la flora y su evolución.


La fascinante historia de cinco mujeres ocupa la parte central de la obra. En primer lugar Ida Pfeiffer, una viajera infatigable de insaciable curiosidad, que recorrió el mundo: Brasil, Chile, Tahití, Mesopotamia, Persia, Ceilán, India, China, Borneo, Sumatra, Singapur, Célebes… Se esforzó por conocer las formas de vida del pueblo chino. Estuvo en lugares en los que corrió verdadero peligro como cuando recorrió Cantón en tiempo de la Primera Guerra del Opio, se adentró en territorio Dayak (“los cortadores de cabezas”) o en el de la tribu caníbal de los Batak (fue el primer europeo en salir con vida de este lugar). Isabela Bird, una de las grandes trotamundos, que pareció hallar en los viajes los remedios a su mala salud. Recorrió todo el Extremo Oriente, el Himalaya, India, Persia, el Kurdistán, el Atlas marroquí (ya con 70 años). También corrió verdadero peligro en algún momento. Dejó muchos testimonios de sus viajes, escribió libros (algunos de fotos) y artículos de gran éxito editorial, dio conferencias... Fue la primera mujer en ser admitida como miembro de la Real Sociedad Geográfica de Londres. Marianne North que pasó veinte años pintando paisajes, aves y plantas de medio mundo, desde América al Extremo Oriente e islas del Índico sur.  Dejó más 800 cuadros, la mayoría se pueden admirar en una galería del Jardín Botánico de Kew. Helen Caddick que escribió varios volúmenes con valiosas descripciones de sus viajes por varias ciudades de China, Japón (recorrió muchas ciudades), Singapur, Java, India… Por último, Eliza Scidmore cuya vida está íntimamente ligada a Japón. Conoció el Japón rural, sus gentes, sus paisajes remotos, su cultura, sus ciudades… Su fascinación por el paisaje japonés de los cerezos en flor le llevó a recrearlo a orillas del rio Potomac. Escribió varios libros sobre sus viajes por Japón, por Alaska, por Java… y varios artículos en la revista National Geographic.  Fue también una pionera en el mundo del periodismo y de la fotografía y  la primera mujer en entrar en la National Geographic Society de Washington.


Otras muchas mujeres realizaron diversas andanzas por el sudeste asiático, por lugares peligrosos, llenos de incomodidades. De sus vivencias dejaron valiosos testimonios. Pilar tejera recuerda los casos de Emily Innes a la que no gustó su estancia en Borneo y en la península malaya; Anna Leonowens que tuvo sus más y sus menos con el rey de Siam que le había encargado la educación de su hijo; Beth Ellis que  dejó un divertido libro sobre sus aventuras en Birmania; Sophia Raffles que, a pesar de considerar un infierno su vida en Birmania (en parte debido a que perdió a algunos hijos víctimas de las fiebres) se esforzó por conocer la vida tradicional de sus gentes; Harriette McDougall que realizó una gran labor social en Borneo en un ambiente difícil; Ana Forbes que fue una de las primeras mujeres en adentrarse por territorios vírgenes de Sumatra, Java; Margaret Brooke que dejó un  valioso testimonio de su viaje a Kuching (Borneo); y Harriet Chalmers Adams, una de las grandes exploradoras de comienzos del s. XX, que recorrió América Central y todo Extremo Oriente y escribió muchos reportajes para National Geographic.


No se olvida la autora de misioneras que, en un ambiente a veces hostil, trataron de llevar el mensaje evangélico. Ciertamente, fueron unas mujeres muy valerosas que tuvieron que vivir en ambientes de fuertes tensiones sociales y  movimientos de xenofobia contra los extranjeros. Muchos autóctonos veían a estas misioneras como agentes de las potencias extranjeras. Su labor sobrepasó los límites de la evangelización, fueron educadoras, interpretes, intermediarias… Se citan algunos ejemplos: Annie Taylor la primera europea en entrar en el Tibet para llevar el mensaje cristiano; Susie Rijnhart, segunda mujer occidental en entrar al Tibet, que fracasó en su intento de entrar en Lasha cerrada a los extranjeros; Eleanor Agnes Marston que experimentó el rechazo y la incomprensión en China tras las guerras del Opio, fue compañera de viajes de Annie Taylor por el Tibet; Sarag Alice Young asesinada, junto a su esposo, en la provincia china de Shaxi; Anna Jakobsen que pudo escapar de la muerte durante la revuelta de los Bóxers y, en fin, el trío de las inseparables Mildred Cable y las hermanas Evangeline y Francesca French que desarrollaron su labor por peligrosas zonas de China, escribieron sus memorias y dejaron descripciones de gran valor para la comunidad científica.


De los viajes y aventuras de todas estas mujeres deja constancia Pilar Tejera en este magnífico relato. Un relato sumamente interesante, como otros de la misma autora sobre mujeres viajeras por otros espacios no menos interesantes y arriesgados que he tenido la oportunidad de leer e incluso comentar. La cuidada edición de la obra contribuye a hacer más agradable, si cabe, su lectura. 


La Obra en la Web de la Editorial: 

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