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lunes, 11 de abril de 2016

EL ASUNTO DREYFUS

El asunto Dreyfus fue uno de los problemas internos más importantes a los que tuvo que hacer frente la III república francesa. Alcanzó tal relevancia que, durante varios años desde 1894, dividió profundamente a la sociedad francesa: los partidarios de la condena de Dreyfus (el ejército, la derecha, monárquicos, nacionalistas, antisemitas…) frente a los defensores de su inocencia (republicanos de izquierda, socialistas, anticlericales...).

Esta ilustración (antes y después de mencionar a Dreyfus) quiere representar cómo la división ante el caso llegó incluso a las propias familias.


Dreyfus era un oficial del ejército francés, de origen judío y alsaciano, que fue acusado, con pruebas falsas, de vender secretos militares a los alemanes sobre las características del nuevo material de artillería francés. Hay que recordar el ambiente anti-alemán que se respiraba en Francia tras la derrota en la Guerra Franco-Prusiana, la pérdida de Alsacia y Lorena y la humillación que significó la proclamación del Imperio Alemán en el Palacio de Versalles.

Juzgado por un tribunal militar, sin garantías procesales, fue degradado y condenado a destierro perpetuo a la isla del Diablo, situada a pocos kilómetros de la costa de la Guayana Francesa.

Degradación de Dreyfus
En marzo de 1896, el coronel Picquart, jefe de los servicios de contraespionaje, comprobó que el verdadero culpable había sido el comandante Esterházy. Sin embargo el Estado Mayor del Ejército se negó a revisar el proceso. es más, tomó represalias contra Picquart enviándolo a Túnez. 

La familia de Dreyfus se movilizó para demostrar su inocencia. Consiguió, tras una entrevista que el Presidente del Senado, A. Scheurer-Kestner, declarase que estaba convencido de la inocencia de Dreyfus. Además, el hermano de Dreyfus denunció ante el Ministerio de Guerra a Esterházy.

La sociedad francesa seguía dividida. Prueba de ello es que, a comienzos de 1898, se sucedieron dos acontecimientos de signo opuesto. Por una parte, Esterházy fue absuelto y recibido con todos los honores por los sectores anti-Dreyfus. Por otra parte,  dos días mas tarde de esta absolución, E. Zola, uno de los escritores más prestigiosos, publicó en el joven periódico L´Aurore, el célebre artículo “J´accuse”, una carta abierta al Presidente de la República Faure, defendiendo la inocencia de Dreyfus. Tuvo una influencia enorme y ganó a muchos intelectuales a la causa de Dreyfus. Sin embargo, Zola, fue amenazado, juzgado y condenado a pagar 3000 francos y doce meses de prisión que evitó exiliandose en Inglaterra.


Carta a M. Félix Faure
Presidente de la República Francesa

Señor: Me permitís que, agradecido por la bondadosa acogida que me dispensasteis, me preocupe de vuestra gloria y os diga que vuestra estrella, tan feliz hasta hoy, esta amenazada por la más vergonzosa e imborrable mancha?
Habéis salido sano y salvo de bajas calumnias, habéis conquistado los corazones. Aparecisteis radiante en la apoteosis de la fiesta patriótica que, para celebrar la alianza rusa, hizo Francia, y os preparáis a presidir el solemne triunfo de nuestra Exposición Universal, que coronará este gran siglo de trabajo, de verdad y de libertad. ¡Pero qué mancha de cieno sobre vuestro nombre -iba a decir sobre vuestro reino- puede imprimir este abominable proceso Dreyfus! Por lo pronto, un consejo de guerra se atreve a absolver a Esterhazy, bofetada suprema a toda verdad, a toda justicia. Y no hay remedio; Francia conserva esa mancha y la historia consignará que semejante crimen social se cometió al amparo de vuestra presidencia.
Puesto que se ha obrado tan sin razón, hablaré. Prometo decir toda la verdad y la diré si antes no lo hace el tribunal con toda claridad.
Es mi deber: no quiero ser cómplice. Todas las noches me desvelaría el espectro del inocente que expía a lo lejos cruelmente torturado, un crimen que no ha cometido.
Por eso me dirijo a vos gritando la verdad con toda la fuerza de mi rebelión de hombre honrado. Estoy convencido de que ignoráis lo que ocurre. ¿Y a quién denunciar las infamias de esa turba malhechora de verdaderos culpables sino al primer magistrado del país?
Ante todo, la verdad acerca del proceso y de la condenación de Dreyfus.
(...)
Señor Presidente, concluyamos, que ya es tiempo.
Yo acuso al teniente coronel Paty de Clam como laborante -quiero suponer inconsciente- del error judicial, y por haber defendido su obra nefasta tres años después con maquinaciones descabelladas y culpables.
Acuso al general Mercier por haberse hecho cómplice, al menos por debilidad, de una de las mayores iniquidades del siglo.
Acuso al general Billot de haber tenido en sus manos las pruebas de la inocencia de Dreyfus, y no haberlas utilizado, haciéndose por lo tanto culpable del crimen de lesa humanidad y de lesa justicia con un fin político y para salvar al Estado Mayor comprometido.
Acuso al general Boisdeffre y al general Gonse por haberse hecho cómplices del mismo crimen, el uno por fanatismo clerical, el otro por espíritu de cuerpo, que hace de las oficinas de Guerra un arca santa, inatacable.
Acuso al general Pellieux y al comandante Ravary por haber hecho una información infame, una información parcialmente monstruosa, en la cual el segundo ha labrado el imperecedero monumento de su torpe audacia.
Acuso a los tres peritos calígrafos, los señores Belhomme, Varinard y Couard por sus informes engañadores y fraudulentos, a menos que un examen facultativo los declare víctimas de ceguera de los ojos y del juicio.
Acuso a las oficinas de Guerra por haber hecho en la prensa, particularmente enL'Éclair y en L'Echo de París. una campaña abominable para cubrir su falta, extraviando a la opinión pública.
Y por último: acuso al primer Consejo de Guerra, por haber condenado a un acusado fundándose en un documento secreto, y al segundo Consejo de Guerra, por haber cubierto esta ilegalidad, cometiendo el crimen jurídico de absolver conscientemente a un culpable.
No ignoro que, al formular estas acusaciones, arrojo sobre mí los artículos 30 y 31 de la Ley de Prensa del 29 de julio de 1881, que se refieren a los delitos de difamación. Y voluntariamente me pongo a disposición de los Tribunales.
En cuanto a las personas a quienes acuso, debo decir que ni las conozco ni las he visto nunca, ni siento particularmente por ellas rencor ni odio. Las considero como entidades, como espíritus de maleficencia social. Y el acto que realizo aquí, no es más que un medio revolucionario de activar la explosión de la verdad y de la justicia.
Sólo un sentimiento me mueve, sólo deseo que la luz se haga, y lo imploro en nombre de la humanidad, que ha sufrido tanto y que tiene derecho a ser feliz. Mi ardiente protesta no es más que un grito de mi alma. Que se atrevan a llevarme a los Tribunales y que me juzguen públicamente.
Así lo espero.
Émile Zola

París, 13 de enero de 1898


Zola los espera en su despedida de la carta, podía esperar porque Faure no le hizo ni caso. Pocos después murió Faure y le sucedió en la Presidencia de la República Loubet, más favorable a la revisión del proceso

El tribunal Supremo, anuló el juicio y ordenó realizar una nuevo Consejo de Guerra. Incomprensiblemente, volvió a condenar a Dreyfus a diez años de trabajos forzados aunque admitió que había circunstancias que podían atenuar esta condena. Pocos días más tarde, un Dreyfus agotado aceptaba el indulto que le ofreció el Presidente de la República Loubet aunque sin renunciar a que se hiciese justicia.

Hubo que aguardar hasta 1906 para que la Corte de Casación anulase el juicio de 1899 y reconociese la inocencia de Dreyfus que fue reintegrado al ejército con el grado de comandante. Participó en la I Guerra Mundial como Teniente Coronel.

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