SAN
JUAN, V. Cazatesoros y expolios de buques
sumergidos. Madrid: Nowtilus, 2020.
Víctor San
Juan, un buen conocedor de temas navales, en este documentado trabajo, detalla
la crónica de diecisiete famosos naufragios, acaecidos entre 1588 y 1945, y los
expolios que han sufrido sus pecios sumergidos a cargo de cazatesoros, la
mayoría de ellos muy preocupados por su enriquecimiento y nada por el estudio y
conservación del patrimonio arqueológico. El estudio de cada uno de estos
naufragios va mucho más allá de la descripción de la actuación de los
cazatesoros y el posterior destino de
los materiales rescatados. Alejándose de sensacionalismos, el autor sitúa cada
caso en el contexto de la política internacional y las relaciones entre los
principales países, describe las características de los barcos en cuestión, la
actuación de los marinos que los mandaban, los objetivos del viaje, las cargas
que portaban, las condiciones del naufragio, las víctimas, los aspectos legales….
Como apunta en el prólogo “en este
trabajo se concede toda importancia al buque histórico naufragado y a quienes
navegaron en él, mientras que el cazatesoros de turno aparece en su verdadero
lugar, como simple apéndice terminal del tren eliminador de los restos del
naufragio que llega varios siglos después”.
Su ambición
mediática y su afán de lucro sin escrúpulos hace que tengamos muchas
prevenciones sobre las actuaciones de los cazatesoros. En la mayoría de los
casos, no han mostrado el menor respeto por las víctimas de los naufragios, han
destruido el patrimonio histórico sin contemplaciones, han buscado triquiñuelas
para burlar las leyes (muchas veces sus actuaciones han ido por delante de la
legislación)…. Por ello, frente a los cazatesoros interesa reivindicar la
figura del arqueólogo submarino interesado en recuperar información histórica
sobre cada yacimiento.
Normalmente,
entre cada naufragio y la actuación de los cazatesoros han pasado siglos, han
sido necesario unos avances técnicos en los sistemas de localización en
profundidad, en los métodos de extracción y, especialmente, en las escafandras
y buzos. Se necesitan grandes cantidades de capital para dotarse de barcos,
equipos de inmersión y extracción cada vez más sofisticados, etc.; por ello,
los cazatesoros profesionales han creado compañías para atraer inversores.
El primer caso
estudiado es el de la galeaza La Girona que
participó en la denominada “Armada
Invencible” que Felipe II envió contra Inglaterra. La Girona acabó
hundiéndose en octubre de 1588 frente a las costas de Irlanda con más de mil
personas a bordo. El cazatesoros que extrajo
los objetos y el tesoro del barco (1967), Robert Sténvit, se puede
considerar una excepción por el respeto que mostró y sus actuaciones para
conservar los objetos rescatados.
Siguen cuatro
relatos de naufragios del siglo XVII. En 1600 se hundió el galeón San Diego en Filipinas tras un enfrentamiento con buques
holandeses. La inexistencia de un gran tesoro en su interior hizo que no fuera
objetivo inmediato de los cazatesoros. Fue un pionero en desarrollo de métodos
de extracción, Frank Goddio, quien sacó gran cantidad de objetos del barco
entre 1992 y 1993. En 1622 naufragó, cerca de las costas de Florida, el Nuestra Señora de
Atocha, un galeón no muy grande de la Flota de Indias que
transportaba un gran tesoro. Mel Fisher, al que solo importaba el botín, creó
una sociedad para localizar el Atocha, cosa que hizo en 1985. Se hizo con un
gran tesoro sin que España, propietaria del barco, tomase iniciativa alguna.
En noviembre de 1641 se hundió el Nuestra Señora de la
Pura y Limpia Concepción a 80 millas
de la costa dominicana. Su expolio iba a pasar por muchas manos. En un primer
momento atrajo a un buen número de saqueadores que se toparon con graves
dificultades para el rescate. Casi medio siglo después, William Phips, un
capitán mercante al servicio de Jacobo II de Inglaterra, extrajo una buena
cantidad del tesoro. El siguiente en llegar al lugar fue J. I. Cousteau con su buque Calypso, extrajo
algunos objetos que tal vez no eran de este buque. En 1978 expoliaron nuevamente
el buque Jack Haskins y Burt Webber. Aún
actuaría sobre el pecio un nuevo carroñero, el estadounidense Tracy Bowden. El
último caso analizado del s. XVII fue el del galeón Nuestra Señora de las Maravillas que naufragó cerca de las Bahaman en 1656. Fue
expoliado por el cazatesoros Robert F. Marx en 1972.
Cinco
episodios del s. XVIII. En primer lugar el caso de los galeones de la flota de Indias atacados en la
ría de Vigo por una poderosa flota angloholandesa en 1702. Los
atacantes se llevaron lo que pudieron, el resto del tesoro ha sido objeto de
casi un centenar de exploraciones con resultado desigual. En 1706, el galeón San José,
cargado con un enorme botín, se fue a pique en la península de Barú (mar de
Colombia) al ser atacado por buques ingleses. En 2015, el Instituto Colombiano
de Antropología e Historia comunicó la localización del pecio del San José. El
gobierno colombiano alcanzó un acuerdo
con la empresa Mac para un reparto del botín. El gobierno español ha querido
hacer valer sus derechos, pero Colombia ha dado largas al asunto. En 1715, los
huracanes hicieron naufragar a ocho galeones cerca de la playa de Vero en Florida. Sucedió tan cerca de la playa que las
monedas llegaban a la orilla arrastradas por las olas. Barcos españoles
comenzaron el rescate casi un mes después, pero aún quedaba mucho tesoro que
atrajo a los piratas, a Kip Wagner y sus socios (Corporación de los Ocho Reales)
que comenzaron a buscar en 1950, en 1964 (asociado también con Mel Fisher)
obtuvieron un botín fabuloso. En 1724 naufragó el Nuestra Señora de Guadalupe , un moderno barco que transportaba azogue de Almadén
a las colonias americanas. Al no transportar metales preciosos no despertó el
interés de los cazatesoros. Sobre este pecio se hizo un interesante trabajo
arqueológico en 1994 que permitió su reconstrucción. La fragata Nossa Senhora da Luz,
contratada por España para transportar el tesoro americano de la forma más
anónima posible, naufragó en 1752 víctima de un temporal. El cazatesoros Barry
Clifford y su equipo, utilizando la invención de la búsqueda de un galeón
fantasma, lograron hacerse impunemente con su tesoro.
Cuatro casos del s. XIX. En enero de 1802, la fragata Juno, que iba de La Habana a Cádiz, se hundió
víctima de un vendaval al norte de la bahía de
Chesapeake. El cazatesoros Bob Benson creó una empresa para su localización y
expolio. España llevó el asunto a los tribunales, éstos, tras un largo pleito,
dieron la razón a España que decidió dejar el pecio de la fragata como estaba.
La fragata Nuestra
Señora de las Mercedes que hacía la ruta de las Colonias se hundió frente
al cabo de Santa María como consecuencia de un ataque de navíos ingleses.
Debido a la riqueza de su cargamento despertó la codicia de los cazatesoros. La
compañía Odyssey, valiéndose de un engaño expolió el pecio sin importarle la
conservación del patrimonio. Tras un largo pleito judicial, el tesoro volvió a
España en 2013. En septiembre de 1987 se hundió el vapor Central América víctima de un fuerte temporal y con él su valioso
cargamento. Para recuperarlo, Thomas Thompson y Barry Schatz fundaron una
compañía y comenzaron la búsqueda en el verano de 1986. En los dos años
siguientes extrajeron gran cantidad de lingotes de oro y monedas. En las
cercanías de Finisterre se hundió el Douro tras un choque con el carguero vasco Irurac
Bat que también se hundió. El Douro transportaba una buena cantidad de lingotes
de oro y monedas. La empresa Comex expolio del Douro en 1995 burlando al
Gobierno de España y a la Xunta de Galicia.
Para
finalizar, tres casos del s. XX. El Egyp, embestido por el mercante francés Seine, se
hundió en el Canal de la Mancha en 1922. La empresa SORIMA, tras ponerse de
acuerdo con la aseguradora dueña del pecio, localizo el Egyp en 1930, en los
años siguientes extrajo una fabulosa cantidad de libras esterlinas de oro. El HMS Edinburgh,
atacado por buques y submarinos alemanes, se hundió en el mar de Barents en
1942 con un valioso cargamento. Gran Bretaña logró que la URSS declarase al
buque “sepulcro militar Inglés”. En
los años 70 se acordaron las condiciones para su rescate. En 1945, un submarino
estadounidense, echó a pique al transatlántica japonés Awa Maru, murieron más de 2000
civiles. Llevaba 40 toneladas de oro y diamantes. Todos los años los japoneses
recuerdan su hundimiento. En los años 70, una empresa china se comprometió a
dejar limpios los restos del Awa Maru. A USA no le interesa airear el caso ya
que la actuación del comandante del submarino no fue muy justificable.
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