viernes, 21 de febrero de 2020

RESEÑA DE "CAZATESOROS Y ESPOLIOS DE BUQUES SUMERGIDOS" DE VÍCTOR SAN JUAN


SAN JUAN, V. Cazatesoros y expolios de buques sumergidos. Madrid: Nowtilus, 2020.


Víctor San Juan, un buen conocedor de temas navales, en este documentado trabajo, detalla la crónica de diecisiete famosos naufragios, acaecidos entre 1588 y 1945, y los expolios que han sufrido sus pecios sumergidos a cargo de cazatesoros, la mayoría de ellos muy preocupados por su enriquecimiento y nada por el estudio y conservación del patrimonio arqueológico. El estudio de cada uno de estos naufragios va mucho más allá de la descripción de la actuación de los cazatesoros  y el posterior destino de los materiales rescatados. Alejándose de sensacionalismos, el autor sitúa cada caso en el contexto de la política internacional y las relaciones entre los principales países, describe las características de los barcos en cuestión, la actuación de los marinos que los mandaban, los objetivos del viaje, las cargas que portaban, las condiciones del naufragio, las víctimas, los aspectos legales…. Como apunta en el prólogo “en este trabajo se concede toda importancia al buque histórico naufragado y a quienes navegaron en él, mientras que el cazatesoros de turno aparece en su verdadero lugar, como simple apéndice terminal del tren eliminador de los restos del naufragio que llega varios siglos después”. 


Su ambición mediática y su afán de lucro sin escrúpulos hace que tengamos muchas prevenciones sobre las actuaciones de los cazatesoros. En la mayoría de los casos, no han mostrado el menor respeto por las víctimas de los naufragios, han destruido el patrimonio histórico sin contemplaciones, han buscado triquiñuelas para burlar las leyes (muchas veces sus actuaciones han ido por delante de la legislación)…. Por ello, frente a los cazatesoros interesa reivindicar la figura del arqueólogo submarino interesado en recuperar información histórica sobre cada yacimiento.


Normalmente, entre cada naufragio y la actuación de los cazatesoros han pasado siglos, han sido necesario unos avances técnicos en los sistemas de localización en profundidad, en los métodos de extracción y, especialmente, en las escafandras y buzos. Se necesitan grandes cantidades de capital para dotarse de barcos, equipos de inmersión y extracción cada vez más sofisticados, etc.; por ello, los cazatesoros profesionales han creado compañías para atraer inversores.


El primer caso estudiado es el de la galeaza La Girona que participó en la denominada “Armada Invencible” que Felipe II envió contra Inglaterra. La Girona acabó hundiéndose en octubre de 1588 frente a las costas de Irlanda con más de mil personas a bordo. El cazatesoros que extrajo  los objetos y el tesoro del barco (1967), Robert Sténvit, se puede considerar una excepción por el respeto que mostró y sus actuaciones para conservar los objetos rescatados.

Siguen cuatro relatos de naufragios del siglo XVII. En 1600 se hundió el galeón San Diego en Filipinas tras un enfrentamiento con buques holandeses. La inexistencia de un gran tesoro en su interior hizo que no fuera objetivo inmediato de los cazatesoros. Fue un pionero en desarrollo de métodos de extracción, Frank Goddio, quien sacó gran cantidad de objetos del barco entre 1992 y 1993. En 1622 naufragó, cerca de las costas de Florida, el Nuestra Señora de Atocha, un galeón no muy grande de la Flota de Indias que transportaba un gran tesoro. Mel Fisher, al que solo importaba el botín, creó una sociedad para localizar el Atocha, cosa que hizo en 1985. Se hizo con un gran tesoro sin que España, propietaria del barco, tomase iniciativa alguna. En  noviembre de 1641 se hundió el Nuestra Señora de la Pura y Limpia Concepción a 80 millas de la costa dominicana. Su expolio iba a pasar por muchas manos. En un primer momento atrajo a un buen número de saqueadores que se toparon con graves dificultades para el rescate. Casi medio siglo después, William Phips, un capitán mercante al servicio de Jacobo II de Inglaterra, extrajo una buena cantidad del tesoro. El siguiente en llegar al lugar fue  J. I. Cousteau con su buque Calypso, extrajo algunos objetos que tal vez no eran de este buque. En 1978 expoliaron nuevamente el buque Jack Haskins y  Burt Webber. Aún actuaría sobre el pecio un nuevo carroñero, el estadounidense Tracy Bowden. El último caso analizado del s. XVII fue el del galeón Nuestra Señora de las Maravillas que naufragó cerca de las Bahaman en 1656. Fue expoliado por el cazatesoros Robert F. Marx en 1972.



Cinco episodios del s. XVIII. En primer lugar el caso de los galeones de la flota de Indias atacados en la ría de Vigo por una poderosa flota angloholandesa en 1702. Los atacantes se llevaron lo que pudieron, el resto del tesoro ha sido objeto de casi un centenar de exploraciones con resultado desigual. En 1706, el galeón San José, cargado con un enorme botín, se fue a pique en la península de Barú (mar de Colombia) al ser atacado por buques ingleses. En 2015, el Instituto Colombiano de Antropología e Historia comunicó la localización del pecio del San José. El gobierno colombiano alcanzó un  acuerdo con la empresa Mac para un reparto del botín. El gobierno español ha querido hacer valer sus derechos, pero Colombia ha dado largas al asunto. En 1715, los huracanes hicieron naufragar a ocho galeones cerca de la playa de Vero en Florida. Sucedió tan cerca de la playa que las monedas llegaban a la orilla arrastradas por las olas. Barcos españoles comenzaron el rescate casi un mes después, pero aún quedaba mucho tesoro que atrajo a los piratas, a Kip Wagner y sus socios (Corporación de los Ocho Reales) que comenzaron a buscar en 1950, en 1964 (asociado también con Mel Fisher) obtuvieron un botín fabuloso. En 1724 naufragó el Nuestra Señora de Guadalupe , un moderno barco que transportaba azogue de Almadén a las colonias americanas. Al no transportar metales preciosos no despertó el interés de los cazatesoros. Sobre este pecio se hizo un interesante trabajo arqueológico en 1994 que permitió su reconstrucción. La fragata Nossa Senhora da Luz, contratada por España para transportar el tesoro americano de la forma más anónima posible, naufragó en 1752 víctima de un temporal. El cazatesoros Barry Clifford y su equipo, utilizando la invención de la búsqueda de un galeón fantasma, lograron hacerse impunemente con su tesoro.

 

Cuatro casos del s. XIX. En enero de 1802, la fragata Juno, que iba de La Habana a Cádiz, se hundió víctima de un vendaval al norte de la bahía de Chesapeake. El cazatesoros Bob Benson creó una empresa para su localización y expolio. España llevó el asunto a los tribunales, éstos, tras un largo pleito, dieron la razón a España que decidió dejar el pecio de la fragata como estaba. La fragata Nuestra Señora de las Mercedes que hacía la ruta de las Colonias se hundió frente al cabo de Santa María como consecuencia de un ataque de navíos ingleses. Debido a la riqueza de su cargamento despertó la codicia de los cazatesoros. La compañía Odyssey, valiéndose de un engaño expolió el pecio sin importarle la conservación del patrimonio. Tras un largo pleito judicial, el tesoro volvió a España en 2013. En septiembre de 1987 se hundió el vapor Central América víctima de un fuerte temporal y con él su valioso cargamento. Para recuperarlo, Thomas Thompson y Barry Schatz fundaron una compañía y comenzaron la búsqueda en el verano de 1986. En los dos años siguientes extrajeron gran cantidad de lingotes de oro y monedas. En las cercanías de Finisterre se hundió el Douro tras un choque con el carguero vasco Irurac Bat que también se hundió. El Douro transportaba una buena cantidad de lingotes de oro y monedas. La empresa Comex expolio del Douro en 1995 burlando al Gobierno de España y a la Xunta de Galicia.



Para finalizar, tres casos del s. XX. El Egyp, embestido por el mercante francés Seine, se hundió en el Canal de la Mancha en 1922. La empresa SORIMA, tras ponerse de acuerdo con la aseguradora dueña del pecio, localizo el Egyp en 1930, en los años siguientes extrajo una fabulosa cantidad de libras esterlinas de oro. El HMS Edinburgh, atacado por buques y submarinos alemanes, se hundió en el mar de Barents en 1942 con un valioso cargamento. Gran Bretaña logró que la URSS declarase al buque “sepulcro militar Inglés”. En los años 70 se acordaron las condiciones para su rescate. En 1945, un submarino estadounidense, echó a pique al transatlántica japonés Awa Maru, murieron más de 2000 civiles. Llevaba 40 toneladas de oro y diamantes. Todos los años los japoneses recuerdan su hundimiento. En los años 70, una empresa china se comprometió a dejar limpios los restos del Awa Maru. A USA no le interesa airear el caso ya que la actuación del comandante del submarino no fue muy justificable.


La obra en la Web de la Editorial:



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