jueves, 26 de abril de 2018

BREVE HISTORIA DE LAS BATALLAS DE LA ANTIGÜEDAD. EGIPTO-GRECIA-ROMA


DÍAZ SÁNCHEZ, Carlos: “Breve historia de las batallas de la Antigüedad. Egipto – Grecia – Roma”. Edit. Nowtilus. Madrid, 1917.

 Los guerras y los enfrentamientos armados, casi tan antiguos como la especie humana, fueron muy frecuentes en la Historia Antigua. A veces, fueron combates para defender el propio territorio, otras respondieron a las ansias de conquista y expansión,  los hubo para lograr la hegemonía del momento y, en fin, también sangrientas guerras civiles. Es bien conocido que la historia la escriben los vencedores que basan la legitimación de sus políticas y actos en la fuerza de las armas. Por ello, el desenlace de alguno de estos conflictos fue tan trascendental que llegó a cambiar el curso de la historia de algunos pueblos y civilizaciones.  En este ensayo divulgativo, Carlos Díaz, trata de las batallas más importantes que  tuvieron lugar en el Egipto faraónico, Grecia y Roma, durante casi dos mil años de historia. Analiza los principales enfrentamientos, deteniéndose, como es lógico, en los que tuvieron mayor trascendencia, como, por ejemplo, Megido, Qadesh, Guerras Médicas, Guerras del Peloponeso, Queronea, Granico, Isos, Gaugamela, Guerras Púnicas, Guerra de las Galias, Guerra Dacia, Actio, Adrianápolis… 


Para ayudar a entender estos conflictos, el autor los enmarca en su contexto histórico, explica sus causas y sus consecuencias tanto políticas como económicas y sociales y culturales. La obra ofrece detalles de las más importantes batallas: tropas y su organización, armamento, tácticas, decisiones de brillantes generales (Ramsés II, Temístocles, Epaminondas, Alejandro Magno, Aníbal, Publio Cornelio Escipión Julio César, Octavio, Trajano…por citar algunos), desarrollo, desenlace, anécdotas…. Acompañan al texto croquis del desarrollo de algunas batallas y doce mapas que ayudan a situar los acontecimientos en el espacio geográfico.


Hay que agradecer a Carlos Díaz que haya escrito, de una forma amena y teniendo en cuenta los últimos estudios, una obra de síntesis actualizada sobre los conflictos armados de la Antigüedad. La tarea no es fácil.


Como se indica en el título, el libro tiene tres partes claramente diferenciadas. La primera trata sobre las batallas de Egipto y Próximo Oriente. Durante muchos años, la actividad militar de la civilización egipcia se limitó a frenar los intentos de invasión de su territorio. No fue hasta la XVIII dinastía con Tutmosis III cuando Egipto comenzó a realizar conquistas. Este faraón guerrero realizó diecisiete campañas militares en Siria-Palestina en tan solo 20 años. De todas sus batallas, la más importante fue la de Megido, ciudad que capturó tras siete meses de asedio. Tutmosis III ordenó grabar su hazaña en los muros del templo de Amón en Karnak, lo que nos permite conocer los carros y armas empleadas. Tras un período de decadencia militar, Horemheb, Ramsés I y Seti I decidieron seguir la senda de Turmosis III y restaurar el poder egipcio en Canaán y Siria. Fue Ramsés II (s. XIII a. C.), un faraón formado militarmente, el que tras enfrentarse con éxito a los “pueblos del mar”, decidió hacerlo a los hititas. El más importante de sus triunfos lo obtuvo en la sangrienta batalla de Qadesh. El faraón hizo que se diese gran propaganda a esta batalla sobre cuya naturaleza y desenlace la historiografía actual introduce algunas dudas.


La segunda parte se ocupa de las guerras de la antigua Grecia. En primer lugar las Guerras Médicas que tuvieron su cronista en Heródoto, unos de los considerados “padre de la Historia”. Estas guerras tuvieron su antecedente en la revuelta y enfrentamiento de los jonios contra los persas. El autor describe con detalle la denominada Primera Guerra Médica que comenzó en el 491 a. C.: ultimátum  de Darío I a las ciudades griegas continentales, itinerario del gran ejército que el rey persa envió a Grecia y la gran victoria griega en la batalla de Maratón (490 a. C.). Los persas no olvidaron esta derrota así que prepararon otra expedición que dirigió Jerjes I, el sucesor de Darío. Es lo que se conoce como Segunda Guerra Médica. En la obra se describe con cierto detalle la ruta del enorme ejército de Jerjes, la formación de la Liga Helénica para defender el territorio, la batalla de las Termópilas (con la heroica defensa del paso a cargo de un puñado de hombres dirigidos por Leónidas), las acciones del ejército persa arrasando el Ática, Beocia y Tesalia, el refugio de la población de Atenas en las islas de Salamina y Egina, la toma de Atenas por los persas, la increíble victoria de Temístocles sobre la flota persa en la batalla de Salamina (480 a. C.), la batalla de Platea donde la alianza de varias ciudades griegas arrasó al ejército persa (esta fue la última batalla terrestre de esta guerra) y la victoria de la flota griega en la batalla de Micala.

Uno de los doce mapas incluidos en la obra
Un apartado muy importante ocupan las Guerras del Peloponeso, enfrentamiento entre Atenas (con sus ciudades aliadas asociada en la Liga de Delos)  y Esparta (con sus ciudades aliadas encuadradas en la Liga del Peloponeso) por conseguir la hegemonía sobre el territorio. Otro de los que se pueden considerar “padres de la Historia”, Tucídides historió estas Guerras en 23 libros, buscando las causas lógicas dejando de lado la intervención de los dioses. Estas Guerras  tuvieron tres fases. La primera se conoce como Guerra Arquidámica (432-429 a. C.) que en un primer momento fue favorable a la Atenas de Pericles, pero que a la muerte de éste la inestabilidad política de Atenas (además de la epidemia de peste) acabaron inclinando la balanza del lado de Esparta. Finalizó con la Paz de Nicias (421 a. C.). La segunda fase es la de la expedición a Sicilia. Ante la expansión de Siracusa, los embajadores de Sicilia pidieron ayuda a Atenas, ésta envió una gran fuerza. Acabó con un gran desastre para Atenas. La tercera fase se conoce también como Guerra de Decelia. Esparta tomó esta ciudad cercana a  Atenas que, además, vio se sublevaban muchas ciudades de su órbita. La crisis política que se desató en Atenas acabó con el sistema democrático. La guerra continuó, a pesar de algunos éxitos atenienses (como la batalla de las Arginusas), Esparta hizo capitular a la ciudad de Atenas y, con la ayuda de los persas, obtuvo una gran victoria naval en la batalla de Egospótamos (405 a. C.). Esparta se convirtió en la polis hegemónica del mundo griego.


El autor dedica un capítulo al auge de Tebas que, tras vencer a Esparta (batalla de Leuctra, 371 a. C.), impuso su hegemonía en Grecia central. Epaminondas fue el gran líder de este auge tebano, su muerte sumió a Tebas en una crisis de la que no pudo salir. La Mecedonia de Filipo II iba a tomar el relevo. Tras la conquista de varios territorios, Filipo venció a una coalición de griegos en la batalla de Queronea (338 a. C.). Fue el fin de la Grecia clásica.


Tras el asesinato de Filipo II, se hizo cargo del poder su joven hijo Alejandro. A la construcción de su imperio dedica Carlos Díaz el capítulo seis de este ensayo. Los éxitos de las falanges macedónicas iban a contribuir a la leyenda de Alejandro. Después de ser reconocido como dueño de Grecia, Alejandro comenzó su campaña contra la Persia de Darío III cosechando grandes éxitos: Gránico (334 a. C.),  Isos (333 a. C.), toma de Damasco y Tiro, control de Egipto (fundación de Alenadría),  Gaugamela (331 a. C.), conquistas de Babilonia, Persépolis, Susa… La victoria sobre el imperio persa fue total. Posteriormente, Alejandro inició su campaña en la India.


La tercera parte de la obra está dedicada a Roma. Desde el mismo momento de la fundación de la ciudad comenzaron los enfrentamientos, primero internos (Rómulo contra Remo) y luego con las ciudades y pueblos vecinos: con los sabinos (rapto de las sabinas),  Alba Longa, los etruscos, volscos… Con la república, proclamada tras el fin de la monarquía, se iba a continuar el enfrentamiento con los etruscos hasta la definitiva caída de Veyes y se iba a dar un paso más hacia la conquista de la Península Itálica: prolongadas guerras contra los samnitas y enfrentamiento con los griegos de la Magna Grecia.


El siguiente objetivo de la República iba a ser el control del Mediterráneo donde se iba a encontrar con Cartago. El autor va a describir con detalle el enfrentamiento de estos dos pueblos: son las conocidas como  Guerras Púnicas. El “casus belli” de la Primera Guerra Púnica fue la solicitud de ayuda cursada a Roma  por mercenarios Mamertinos de la ciudad de Mesana en el año 264 a. C. ante el ataque de Siracusa. Durante el conflicto, los romanos supieron neutralizar la superioridad naval de Cartago. La guerra tuvo muchas alternativas: éxitos de Cartago (batallas navales de Lípari y Drepana) y de Roma (batalla naval del cabo Ecnomo, desembarco en suelo africano, triunfo en el combate en los montes cerca de Adis, batalla de las Islas Egadas). La Guerra acabó con el Tratado de Lutacio (241 a. C.) por el que  los cartagineses se comprometieron a abandonar Sicilia.


Tras la guerra, Cartago envió a Amílcar Barca a la Península Ibérica donde sometieron a varios pueblos del sur. A Amílcar le sucedió su yerno Asdrúbal que firmó con los romanos el Pacto del Ebro para delimitar las zonas de influencia de ambos pueblos. En el 219 a. C. Anibal, sucesor de Asdrúbal, puso sitio y tomó Sagunto, aliado de Roma. Es el inicio de la Segunda Guerra Púnica. Aníbal se dirigió a Italia, cruzó sorpresivamente los Alpes y obtuvo unas sonadas victorias sobre los romanos: Trebia en el 218 a. C., Trasimeno (217 a. C.) y Cannas al año siguiente (gran victoria que Aníbal no supo aprovecha para atacar la ciudad de Roma). La situación de Aníbal en Italia se fue volviendo cada vez más difícil, su única esperanza era la llegada de refuerzos desde Hispania. Su hermano Asdrúbal pasó los Alpes, pero fue derrotado (y muerto) en la batalla del río Metauro (207 a. C.). Roma envió a Publio Cornelio Escipión a la Península Ibérica, tomó Cartago Nova y venció a los cartagineses en Baecula e ilipa, esta última batalla significó el fin de la presencia cartaginesa en la Península. Finalmente, Escipión desembarcó en África donde obtuvo un gran triunfo sobre Aníbal en Zama (202 a. C.). Aún tuvo Cartago un cierto renacer que despertó los recelos romanos, así que decidieron acabar definitivamente con la ciudad. Cartago fue tomada, arrasada hasta los cimientos y pasado el arado por su solar (146 a. C.). 


El capítulo 9 comienza analizando la Guerra de Yugurta, pero en su mayor parte está dedicado a las guerras instestinales que marcaron el inicio del fin de la República, especialmente el enfrentamiento entre Mario y Sila que, tras muchas alternativas acabó con el triunfo de Sila que se proclamó dictador.


En el capítulo 10 se estudian la rebelión de Sertorio contra Sila en Hispania y su derrota a manos de Pompeyo y el levantamiento de los esclavos dirigidos por Espartaco que acabó derrotado en la Batalla del río Silario. La mayor parte de este aparatado está dedicado a los éxitos y auge de la figura de Julio César: guerra contra los Helvecios (triunfo en la Batalla de Bibracte), campaña contra los suevos en las Galias, campaña contra los belgas (triunfo en la Batalla del río Axona) y, especialmente, la Guerra de las Galias que acabó con la derrota y captura de Vercingetorix, caudillo de los pueblos galos. César también se vio envuelto en un conflicto civil de hondas repercusiones para Roma: la guerra contra Pompeyo y sus seguidores. Este conflicto, que tuvo muchos escenarios, acabó con la rendición en los pompeyanos en la batalla de Farsalia (48 a. C.).


El asesinato de César llevó al poder a Octavio quien, tras acabar con su rival Marco Antonio en  la batalla naval de Actio (31 a. C.), acumuló el suficiente poder para proclamarse Augusto, el primer emperador de Roma. El autor analiza algunos de los hechos bélicos más relevantes del Imperio: la conquista del norte de Hispania, el desastre del romano Varo en el bosque de Teutoburgo ante las tribus germanas (gran humillación la pérdida de las insignias de tres legiones), la venganza romana conseguida por Germánico, las dos Guerras Dacias con los éxitos de Domiciano y Trajano (reflejados en la columna Trajana de Roma) que acabaron haciendo de Dacia una provincia romana.


Cierra la obra un capítulo dedicado a la descomposición del Imperio que no pudo contener el empuje de los pueblos bárbaros. Explica con detalle la derrota imperial en la Batalla de Adrianápolis (año 378) contra los visigódos. El Imperio romano nunca se repuso de Adrianápolis.


La obra en la Web de la editorial:


 

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